Hacer frente al temporal

XAVIER GINESTA

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La tensión entre CDC y UDC ha vuelto a crecer estos los últimos días, a pesar de la voluntad de suavizar posiciones este fin de semana. Mientras los convergentes están pendientes de ampliar el apoyo a la hoja de ruta hacia la independencia, la indefinición de Unió provoca urticaria a sus socios. Ahora bien, como si fuera un boomerang, cada vez que los exaltados convergentes atacan a Josep A. Duran i Lleida, el partido democristiano pliega velas en torno a su histórico referente. Duran, hoy por hoy, es ya un actor secundario y amortizado del sistema político catalán, sistema de actores que de un modo u otro se apuntan al carro de la renovación política [sic] –véase algunas de las lecturas del último CEO– o interpretan los resultados de las encuestas, en su mayoría, en clave independentista (o unionista). En este contexto, la posición del líder democristiano queda totalmente desdibujada.

No obstante, la tensión en el seno de la Federación complica la vida a los de Artur Mas hasta llegar al 27 de septiembre. El capital político que el President logró saliendo airoso de la consulta del 9-N le dio aire, pero las guerras internas debilitan claramente CiU. Entiendo que desde los sectores más independentistas de CDC la poca ambición nacional (oficial) de UDC es una piedra para su proyecto político compartido; sin embargo, también habría que pensar que ninguno de los dos partidos, hoy por hoy, querría afrontar unas elecciones catalanas por separado: los números no saldrían, y actualmente, la táctica sigue siendo importante para afrontar el día a día.

Mientras, ERC se lo mira desde la distancia con más optimismo, sabiendo que ellos han pacificado el partido –ya era hora–, han apoyado el principio de acuerdo por la hoja de ruta y que ya tienen los expertos que querían al lado del Ejecutivo de Mas para fiscalizar las estructuras de estado. Un poco más de escenografía hacia el 27 de septiembre, porque lo cierto es que CiU y ERC ya hace tiempo que intentan trabajar conjuntamente para salir con la cabeza bien alta de este llamado proceso soberanista. Sin embargo, queda claro que las encuestas ya no les son tan favorables: a fecha de hoy, Oriol Junqueras no se podría erigir como nuevo presidente y la igualdad que ha mostrado el CEO (31-32 diputados por cada partido) tampoco ayuda a definir claramente quién sería el nuevo líder, con el permiso de la CUP que acabaría de ajustar la mayoría absoluta independentista en el nuevo Parlamento.

El revuelo electoral de los próximos meses (andaluzas, municipales, catalanas...) es un escenario poco beneficioso para los intereses independentistas. La independencia es un proyecto político ambicioso, ilusionante y a gran escala. Un proceso que requiere tanta dosis de seny como de rauxa, y sobre todo capacidad de ir todos a la una. La propuesta de lista unitaria cayó enseguida, pero ahora falta amplitud de miras para cimentar nuevos consensos, quizás menos evidentes pero igual de necesarios para llegar a buen puerto. La mar estará removida hasta septiembre, habrá tormentas, rayos y truenos. Pero, el barco independentista –aunque esté capitaneado por más de un patrón– debería encontrar la estabilidad necesaria para afrontar esta travesía. Estabilidad para estructurar propuestas programáticas sensatas y que refuercen el carácter plebiscitario de las elecciones, para mantener activa la ilusión de aquel que votó el 9N y conseguir recaudar algún voto más que hiciera indiscutible el resultado final.