Al contrataque

Sonrojarse

Los poderosos deben mostrar vergüenza aunque sea a base de colorear la tez, pues alivia a los que a diario nos sentimos ofendidos

SANDRA BARNEDA

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Me quedo impertérrita ante la incapacidad de sonrojarse de aquellos que, por osadía, caradura o ignorancia fingida, la meten hasta el fondo. Reconozco que observo con admiración ese poder suyo, pues en situaciones comprometidas no puedo evitar que mi sistema simpático se hiperactive y que una sensación de calor, de ardor incontrolable, ascienda sobre mi rostro y se expanda a velocidad de la luz hasta mi orejas. Lo paso mal porque aflora una vulnerabilidad que la mayoría deseamos guardar para la intimidad, pero con el tiempo comienzo a valorar el clan de los sonrojados. Son todas aquellas personas que, como yo, no pueden evitarlo y, muy al contrario, recelo de los que consiguen paliar los efectos físicos de la vergüenza, la timidez o la osadía de haber patinado sobre manera.

Tengo a Albert Rivera como gran orador; un constructor de discursos impecable, pero el otro día en Málaga se pasó de mesiánico y tropezó con la caña de pescar. «Vamos a enseñar a pescar en Andalucía y no a repartir pescado» ha sido una frase que ha golpeado en el corazón de una región azotada por el paro, que supera el 30%, y con el estigma social de que hay mucho holgazán. La frase de Rivera les hizo a los andaluces la misma gracia que cuando a los catalanes nos tratan de agarrados. Ser político es saber, entre otras cosas, diferenciar lo que ocurre en la calle y no dejarse llevar por los dichos populares. Las redes sociales reaccionaron de inmediato con indignación e ingenio al descaro entrelineado en las palabras de Rivera. Fotomontajes del líder de Ciudadanos en singulares clases de pesca corrieron por la red hasta provocar una disculpa poco sonrojada pero meritoria porque otros ni si quiera descienden a ese peldaño.

Incitación a dilapidar

Como ejemplo, los diez primeros exconsejeros de Caja Madrid que han declarado ante el juez Fernando Andreu. Confesaron vivir a todo trapo con las famosas tarjetas black, pero poco o nada ser conocedores de su opacidad. No se sorprendieron de que la compañía les llamara para quejarse de su poco gasto y les incitara a dilapidar todo lo asignado, compensación anual que iba en función del cargo y la «confianza» -necesidad de voto- de cada consejero. ¡Dios! ¿Alguien con la cara roja? Hoteles de lujo, viajes, regalos caros, ropa… ¿Compraban ropa porque les obligaban a acudir a los consejos con traje y corbata? ¡Dios! Perdón por blasfemar pero a poco estoy de reventar ante tanta cara dura. ¿Alguien cree que la ciudadanía se lo traga todo? Ni sonrojo ni congoja.

Es por ello que aliento a sonrojarse por salud y necesidad pública, que los poderosos muestren vergüenza aunque sea a base de colorear la tez, pues alivia y mucho a los que a diario nos sentimos ofendidos y tratados como asnos.