en contra

La cuestión no son los años

Se abre la posibilidad de reducir hasta lo irrisorio los contenidos de los grados: menos del 60% del tiempo para impartir conocimientos propios

VERA SACRISTÁN

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Asistimos a una reforma en la que no se discute sobre la formación, sino solo sobre su duración. Además, buena parte del debate se plantea en términos de ahorro familiar por pago de matrículas, y es el propio ministro de Educación quien formula así la cuestión. Si imitáramos a la mayoría de Europa, un curso de máster costaría lo mismo que un curso de grado, y ambos tendrían un precio simbólico. En cambio, los altos precios universitarios españoles, y especialmente los de máster, distorsionan la discusión y cargan de razón a sindicatos y asociaciones estudiantiles que protestan por considerar que un objetivo de esta reforma es la reducción del sistema universitario.

Una reforma universitaria debería ir acompañada de un diagnóstico de la situación y de argumentos académicos que sustentaran los cambios propuestos. Nada de eso se da en este caso.

Al contrario, la reforma recién aprobada no hace nada para combatir la proliferación de títulos provocada por la eliminación, en el 2007, del catálogo de títulos oficiales. Sin contabilizar los de máster, solo los títulos de grado superan hoy los 500, cuando antes de la reforma -¡no hace ni ocho años!- el total era de 153. ¿Qué estudiante de bachillerato es capaz de escoger entre un grado en Nutrición Humana y Dietética, Ciencias de la Alimentación, Ciencia y Tecnología de los Alimentos, Tecnología y Gestión Alimentaria, Ingeniería Alimentaria, Ingeniería Agroalimentaria y Agroambiental, Ingeniería de las Industrias Agroalimentarias, Ingeniería de las Industrias Agrarias y Alimentarias, o Tecnología de las Industrias Agrarias y Alimentarias? Todos estos títulos y algunos más existen a día de hoy.

Caducidad de grados

Esta reforma tampoco elimina la precoz especialización y la previsible caducidad de algunos grados que hoy difícilmente pueden ofrecer una formación sólida que permita a sus titulados una trayectoria profesional adaptable y evolutiva. Cualquier persona curiosa puede constatar la existencia de tales estudios en el Registro de Universidades, Centros y Títulos.

Más allá de la nueva duración de los grados, que en muchos casos puede ser adecuada y comparable con nuestro entorno, el decreto abre la posibilidad de reducir hasta lo irrisorio los contenidos de los grados: en un plan de estudios de tres años, el 25% podrán ser prácticas, el 12,5% el trabajo final y el 3% o más deporte, cultura y cooperación, con lo que puede quedar menos del 60% -¡menos de dos cursos!- para impartir los conocimientos propios de cada titulación. Asimismo, es de temer que contribuya a complicar aún más el estado de cosas actual, pues mantiene un sistema en que universidades distintas otorgan el mismo título con contenidos y duración muy dispares.

Desde que en el 2005 se aprobaron los primeros decretos para implantar el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en España se han publicado 12 modificaciones de esta normativa, lo cual muestra la ausencia de un proyecto estable por parte de los sucesivos gobiernos de uno y otro color. Nuestra sociedad no se merece semejante falta de criterio en una cuestión tan crucial como es la formación superior.