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Lo que tienes que hacer

RISTO MEJIDE

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Lo que tienes que hacer es esto. Lo que tienes que hacer es aquello. No sé si te has dado cuenta, pero yo sí. Lo que tienes que hacer está muy claro, no entiendo cómo no lo ves. Da igual la experiencia que acumules, lo que tú sepas que yo no sé, las toneladas de detalles que desconozco y por tanto obviaré, las canas que peines o tiñas, las hostias que te has llevado hasta en el carné. Siempre habrá alguien dispuesto a decirte lo que tienes que hacer. Y mira, hoy me ha tocado a mí. Apártate que voy.

Lo que tienes que hacer es hacerme caso. Sí, puede que hasta ahora no te haya ido mal sin mi ayuda, pero que sepas que ha sido pura casualidad, azar bien ordenado, porque hasta aquí era fácil llegar. Te lo digo yo, que ni he estado en tus circunstancias, ni he luchado por tu vida, ni he vivido ni de lejos lo que hayas tenido que vivir tú. Eso sí, tú escúchame a mí, que si escuchas con atención este consejo improvisado en los últimos minutos, te irá todo muchísimo mejor, ande va a parar. Que si la experiencia es un grado, hoy te voy a sacar el bachillerato, el master y hasta el posgrado de la verdad.

Lo que tienes que hacer es trascenderte. Porque la prole es el camino más rápido para disponer siempre de alguien cerca dispuesto a decirte lo que tienes que hacer. Suele ser curiosamente alguien que, o bien jamás ha tenido hijos, o si los ha tenido casi mejor que los hubiera cedido en adopción. Siempre sabe lo que estás haciendo mal, lo que deberías decirles, cómo deberías educarlos, y todo, por supuesto, sin citar más fuentes pedagógicas que la vecina del abuelo de su mejor amiga. Cuando tienes un hijo y ves lo difícil que es el día a día, el noche a noche, el año a año, o dejas de una vez de dar consejos, o te conviertes en un psicópata de andar por casa, lo que se conoce familiarmente como un cuñado.

Lo que tienes que hacer es transformarte. Porque ojo que no hace falta llegar a tener descendencia para tener que estar escuchando todo el tiempo lo que tienes que hacer. El mundo está lleno de gente sin rumbo que descubre su vocación frustrada en cuanto ve tu cara de circunstancias. Es como si un problema tuyo fuese la pregunta que estaban buscando para escupirte a la cara todas esas respuestas que nadie jamás les pidió. Y encima ay cómo eres, pues no va y me contestas mal cuando sólo quería ayudarte, anda no te pongas así.

Podemos tendría que empezar a hacer más y decir menos. Pedro Sánchez debería comportarse como el llanero solo ante el peligro rodeado de bombas de fabricación casera rellenas de gas salmorejo. Rajoy debería aprovechar su tiempo de descuento para quedarse en el convento y cagarse dentro. El PP debería habernos dicho que España sí es Grecia, y así amortizar cualquier error por acto u omisión que empezaremos a descubrir durante los próximos 100 días de Tsipras. Y así todo el rato. Y así en toda conversación. Ya sea sobre economía, deporte o política fiscal. Recetas que, como no se darán bajo ningún concepto, nadie podrá comprobarlas jamás. Soluciones de todo a cien que antes nacían y morían en la barra de un bar, y ahora sobreviven hasta los programas de radio, las columnas de opinión y las tertulias de cualquier canal de televisión.

Cuando lo difícil en este país no es opinar. Ni que se pare a escucharte un grupo de gente. Ni siquiera que te paguen por hacerlo. Y si no, échale un vistazo al personal que desfila por el debate de Gran Hermano VIP. O a esta humilde columna de opinión, sin ir más lejos. Lo difícil no es nada de todo eso, porque todo eso es de lo más común y corriente y vulgar.

Lo difícil, con tanta receta, recetario mágico y masterchef frustrado suelto, es justamente lo que hemos conseguido aquí: que todo el mundo sepa lo que se tendría que hacer, salvo los que tendrían que hacerlo.

Será que no interesa que hagamos nada, sino que sigamos distraídos con la paja del ojo ajeno.

Será que todos somos muy machitos hasta que alguien nos la devuelve con las palabras mágicas.

Hazlo tú.