Análisis

La izquierda vuelve a Europa. Tal vez

A Alexis Tsipras hay que otorgarle el beneficio de haber introducido un cambio de discurso

CRISTINA MANZANO

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Hacía mucho que unas elecciones en Europa no respiraban tanto aire de cambio. La victoria de Syriza no ha sido una sorpresa -las encuestas han andado muy cerca del resultado final- pero la clase política europea todavía tiene que asimilar lo que significa que un partido de izquierda radical haya llegado al Gobierno griego. En realidad, forma parte de los movimientos tectónicos que vienen tambaleando el escenario europeo, con el avance de la fragmentación y la polarización como principales consecuencias.

Durante la última década, la socialdemocracia la derecha se han estado turnando en una convergencia de políticas a veces difícil de distinguir, sobre todo desde que se instauró el pensamiento único de la austeridad. En este tiempo hemos visto desgarrarse a los primeros al tener que recortar beneficios sociales y a los segundos al tener que subir los impuestos.

Mientras los partidos tradicionales han ido perdiendo su discurso existencial -incluso más que el discurso, como muestra la debacle actual del PASOK- han ido apareciendo nuevos actores de muy diversa condición que se ocupan, al menos retóricamente, de la comprensible indignación, miedo e incertidumbre de los electores; actores que se han ido abriendo camino, cada vez con mayor fuerza, en los parlamentos nacionales y en el Parlamento Europeo: el Frente Nacional en Francia, UKIP en Reino Unido, Podemos en España, el Movimiento Cinco Estrellas en Italia, los Auténticos Finlandeses en Finlandia… Hasta llegar, en esta ocasión por primera vez, a un Ejecutivo, el de Grecia.

Es cierto que la izquierda no puede volver, porque nunca se ha ido. Pero también lo es que a menudo cuesta reconocer su esencia en este Estado del bienestar desteñido por la crisis. A Alexis Tsipras hay que otorgarle el beneficio de haber introducido un cambio de discurso. Sus ideas de volver a poner en primer plano las necesidades de la gente, y no solo de los acreedores, sus manifestaciones sobre el respeto a los compromisos - pero no a lo que considera abusos-, incluso la propuesta -inviable- de convocar una conferencia europea para abordar el tema de la deuda pública reflejan una dinámica nueva, aunque a veces tenga algunas reminiscencias de un pasado lejano.

Tsipras no va a tener fácil aplicar una política auténtica de izquierda radical en la vieja y cansada Europa. Su margen de maniobra, en un país endeudado y con limitados recursos propios, es menos que estrecho. Pero le queda también el beneficio de la duda. Sin experiencia de gobierno previa, todo está por demostrar.

Por ello el fulgurante acuerdo con el partido de los Griegos Independientes (ANEL), nacionalistas populistas y escindidos del conservador Nueva Democracia, supone una decepción. Es cierto que ambos, Syriza y ANEL, comparten los mismos objetivos de arrebatar a la troika la soberanía nacional perdida, pero están en los antípodas ideológicos. Si ello significa una muestra de mero pragmatismo político o el respaldo a una vía dura frente a las posiciones de Berlín y Bruselas se verá en las próximas semanas.