La construcción de un nuevo tablero electoral

Elogio de la complejidad política

La pluralidad de voces y autores resultan imprescindibles para superar los binomios reduccionistas

TONI MOLLÀ

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La noche de las pasadas elecciones europeas, los analistas coincidieron en que el bipartidismo había muerto. Desde entonces, las encuestas demoscópicas confirman aquel diagnóstico, tanto en Catalunya como en España, más allá de los interesados juicios de parte interesada. Ante las previsibles consecuencias de tal deceso, en la práctica, las élites políticas y sus portavoces sacerdotales se apresuran a readecuar el diagnóstico de acuerdo con los ecosistemas binarios -PP-PSOE en España, CiU-ERC en Catalunya- que refuerzan el actual reparto de poder institucional. En este sentido, PP y PSOE, pero, como digo, también CiU y ERC, pactan políticas públicas de promiscua y sonrojante complicidad. Un ejemplo es el del PSOE, de vieja alma republicana, que por «accidentalismo» -Felipe González dixit- defiende con ardor las virtudes de la monarquía junto al PP, como un solo súbdito. En Catalunya, teatralizaciones aparte por exigencias de mercado, Mas y Junqueras refuerzan el eje nacional como madre de todos los ejes de debate sociopolítico y sacan de la agenda cualquier reivindicación que enturbie un proceso en el que solo sus respectivas ofertas llevan las de ganar.

Pero allá y aquí, factores y actores inéditos hasta ahora entran en escena -sobre todo por la izquierda- desde la llamada sociedad civil y los movimientos ciudadanos. Y no es mal síntoma. La cristalización política de la complejidad refuerza la cohesión social y debe añadir estabilidad institucional. La representación política de esta complejidad en una sociedad posindustrial y posmoderna, y en buena medida posnacional, es obligatoria si no queremos convertir las instituciones en zombis fuera de tiempo y lugar, según la nomenclatura del tristemente desaparecido Ulrick Beck.

Tiene razón David Fernández, por ejemplo, cuando subraya la evidencia de que «la pluralidad y la riqueza de la sociedad no cabe en ninguna lista única». Bien mirado, el camino hacia la complejidad política no es ninguna novedad, aunque sus señorías así lo deseen. La volatilidad y la fragmentación electoral se observa desde hace muchas legislaturas en todos los países desarrollados, incluidos España y Catalunya. Solo leyes electorales periclitadas y sistemas de representación caducos sostienen una arquitectura institucional llena de carcoma, puro simulacro político al servicio de los duopolios. Como aprendimos de Edgar Morin y Niklas Luhman, la complejidad y la rapidez del cambio social son hoy por hoy las características esenciales de un entorno cada día más heterogéneo. Los últimos sondeos señalan un estallido del sistema de representación partidista en Catalunya y confirman las disquisiciones de Morin y Luhman.

A pesar de todo ello, el establishment -catalán y español- continúa con sus lentes reduccionistas y la defensa numantina de representaciones parlamentarias maniqueas propias de un mundo en blanco y negro que se desvanece. Representaciones, en verdad, de matriz más bien ético-religiosa que política, ya que condensan las opciones binarias en las categorías abstractas del bien y del mal. Una distinción que ya denunció Gregory Bateson en su análisis del doble vínculoun dilema equívoco, pues las opciones binarias no suelen ser alternativas sino complementarias. Los partidos mayoritarios juegan a fortalecer el simulacro de choque radical en cuestiones epidérmicas pero van de la mano en temas relevantes para el mantenimiento de sus posiciones de privilegio en un mercado intervenido por ellos mismos.

El reduccionismo de la realidad política en clave dual, en mi opinión, secuestra el debate sobre la sociedad realmente existente e intenta exorcizar las formas de intervención política que cuestionan el viejo ecosistema de poderes compartidos, tanto en público como en la intimidad. Pero la nueva política, como la tozuda aritmética, se impone por impregnación social. Sin duda alguna, la liberalización del mercado político impuesto por justo derecho electoral y el consiguiente aumento de la competencia son requisitos previos imprescindibles para la mejora de la representatividad social y la eficacia de las políticas públicas, tanto en sus ejes nacional como social.

Bienvenida sea pues la desinfectante pluralidad de voces y de actores que anuncian Guanyem, la CUP o Podemos tanto en Catalunya como en España. Opciones imprescindibles, como digo, para superar binomios reduccionistas y engañosos dobles vínculos. Como mínimo, la complejidad complica las redes de influencia que tanto rendimiento han aportado a los esquemas y poderes establecidos, matiza los mandarinatos intelectuales y mediáticos que los legitiman y erosiona negocios compartidos. Como preludio del nuevo mundo que nos espera, no es poco.