El segundo sexo

Todo en su sitio

Me interesan las historias de madres e hijas, y cuando más tempetuosa es la relación, más me gusta

CARE SANTOS

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Me interesan las historias que tratan de madres e hijas. Cuanto más tempestuosa es la relación, cuanto más intratables sus protagonistas, más me gusta. No le hago ascos al dramón, ya sea estilo 'Mi vida sin mí' o añada tintes épicos, tipo 'La Ciociara'la novela de Alberto Moravia basada en las violaciones masivas cometidas por las tropas coloniales marroquís en la región italiana homónima a fines de la segunda guerra mundial. A saber por qué, en castellano se tituló 'Dos mujeres'. Una de ellas era Sofía Loren, conmovedoramente guapa en aquella escena donde ambas, madre e hija, son violadas por los salvajes.

Lo mío, no obstante, son las madres complicaditas. Madres tipo 'La pianista', la historia de la Nobel Elfriede Jelinek, también llevada al cine. Odiosas, castradoras, dominantes, causa y carnaza de hijos dementes. Si Norman Bates fuera una mujer, encajaría a la perfección en este párrafo. Madres que empujan a sus hijas a oscuras pasiones o que inoculan en sus vidas una falta incurable de autoestima, un perpetuo sentimiento de culpa o cosas peores aún.

Me encantó conocer a la madre de la escritora inglesa Jeanette Winterson. Tuve el placer el pasado verano. La mujer era una devota integrista de la Iglesia evangélica, negativa, gruñona, amargada, casi analfabeta. En fin, un horror. Para añadir emoción a la cosa, Winterson es adoptada, lesbiana y optimista. Siente, dice, hambre de vivir, pasión por todo. Cabría estudiar concienzudamente, acaso, si el hambre por la vida tiene algo que ver con los actos de las 'antimadres'.

Tan segura, tan deslenguada

El libro autobiográfico donde Winterson cuenta esta relación, y que precisamente tituló con una frase de su madre adoptiva -¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?- termina con una reflexión demoledora. Cuando la autora logra, después de una búsqueda de años, conocer a su madre biológica, le hiere que esta critique a la mujer que la crió, a pesar de reconocer la abundancia de razones. «Era un monstruo», concluye, «pero era mi monstruo».

Hace mucho que comencé a leer a Esther Tusquets. Antes de conocerla en persona, antes de convertirme yo misma en escritora. Debo reconocer que cara a cara siempre me dio un poco de miedo. Tan segura de sí misma, tan brillante, tan independiente, tan deslenguada. Yo quería interpretar que parte de lo que admiraba en ella era fruto de su turbulenta relación con su madre, una relación que siempre estuvo presente en su literatura, que lo ocupaba todo, como ella misma dejó escrito: «A veces pienso que el único tema de mi escritura es ella».

En 'Confesiones de una vieja dama indigna', Esther Tusquets habló de su «señora madre», como solía llamarla, en una evidencia más de su incomodidad ante la nomenclatura habitual. Ya lo había hecho antes, sin tapujos, como solo puede hacerse en la ficción, en 'Correspondencia privada'. También en el cuento 'Carta a la madre', donde la narradora se pregunta en qué momento dejó de querer a su madre, para a continuación preguntarse si alguna vez había dejado de hacerlo.

No creo en los fenómenos

Por todo lo que acabo de decir, en cuanto supe que Milena Busquets, hija de Esther, cuyo blog sigo desde hace mucho, había publicado una novela sobre el sentimiento de pérdida provocado por la muerte de su madre hace dos años, corrí a comprarla. Que sea o no un «fenómeno literario», como se dice en todas partes, qué pereza, me importó nada. No creo en los fenómenos, tampoco en los literarios, creo que tienden a confundir las cosas, a simplificarlas.

La novela 'También esto pasará' no es nada de lo que se dice de ella. Es una novela sobre la complejidad de las relaciones entre madre e hija y de las relaciones, en general. Me he sentido en ella como en casa. Conozco, por los libros de Esther Tusquets, la casa de Cadaqués donde escribió 'El mismo mar de todos los veranos' cuando su hija era pequeña. Conozco el mar, la barca, la familia, hasta al perro. Soy como esa tía plasta e ignota que llega de provincias una vez al año únicamente para comprobar que todo está en su sitio. Y sí, me voy tranquila: todo está en su sitio.

Milena Busquets es la versión estilizada, seductora, glamurosa, otra vez joven de Esther. A mí, en la osadía del lector, me parece que también se da un aire a su abuela, a quien solo conozco por una foto borrosa (todas ellas me perdonen). Pero hay algo más que glamur y chismorreo: hay profundidad de visión.

Hay otro punto de vista, ajá, he aquí la clave de todo. Después de escuchar a la madre, ahora me susurra palabras la hija. Los mismos temas, las mismas preguntas, la misma falta de respuestas, los mismos terrores. Ah, y un hombre importante en común: el editor Jorge Herralde, que publicó a Esther y publica ahora a Milena. ¿Lo ven? Todo en su sitio.