El tablero político español

Podemos, el PSOE de la transición

Líder icónico, tipo de dirigentes y poca entidad orgánica unen al partido de Iglesias y al de González

SALVADOR MARTÍ PUIG

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No soy el primero en afirmar que entre la emergente formación Podemos y el PSOE de fines de los años 70 hay varios paralelismos, sin embargo me gustaría destacar algunas semejanzas que, a mi modo de ver, hacen que Podemos sea visto como una gran oportunidad (para unos) y también una temible amenaza (para otros).

La primera es la dependencia que tiene respecto de su líder carismático: Pablo Iglesias. Con ello no quiero decir que la formación se reduzca a su persona, nada más lejos, sin embargo su imagen labrada en los medios, la fuerza de su mensaje y la vehemencia con que lo hilvana hacen de él una figura icónica a partir de la cual mucha gente puede identificar Podemos como «el partido de Pablo Iglesias». Nada que ver con el melifluo carácter de Mariano Rajoy ni con la bisoñez de Pedro Sánchez.

La segunda semejanza es la composición de sus dirigentes. Al igual que muchos del ascendiente PSOE de los años 70, Podemos es un partido mayoritariamente formado por profesores universitarios sin plaza permanente y por jóvenes profesionales sobradamente preparados que no han podido insertarse en el mundo laboral. Hace 40 años se trataba de profesores no numerarios (los famosos penenes) y de médicos en periodo de residencia. Hoy son jóvenes doctores con un largo camino formativo que generalmente se inició con una beca de formación de personal investigador (las FPI) y que luego continuó con otra beca posdoctoral (pasando por estancias en el extranjero) y que al final de este proceso las universidades solo les ofrecieron contratos inestables de 600 euros al mes en el mejor de los casos.

Ante esta mísera y volátil remuneración muchos de estos profesores (en particular los de Ciencias Políticas y Sociología) se dedicaron a asesorar a políticos, organizar campañas y evaluar programas de políticas públicas hasta que un día se cansaron de aplicar su know-how a proyectos ajenos y montaron el suyo propio. Así nació Podemos, y en parte por culpa de la tasa de reposición del 10% de las administraciones públicas dictada por las políticas de austeridad de Bruselas y dócilmente acatadas tanto por el Gobierno como por las comunidades autónomas.

La tercera es la poca entidad orgánica del partido a la hora de levantar el vuelo. El PSOE, a mediados de los 70, tenía poco más que unas siglas, una pátina de historicidad, unos archivos en el exilio, un núcleo de sindicalistas en Vizcaya y un grupúsculo de ambiciosos jóvenes en Sevilla. Hoy, Podemos es una organización en vías de vertebración (a golpe de voto electrónico) dirigida por un grupo tan joven como ambicioso. La declaración de Iglesias a pocas horas de las europeas -«no estamos satisfechos con haber sacado cinco eurodiputados porque mañana continuarán los desahucios [...] hemos venido a ganar»- dio cuenta del hambre de poder de la formación.

Y, finalmente, cabe señalar también una semejanza en la coyuntura social de fines de los 70 y la actual. Hace 40 años, emergió un amplio sector de la población que, mediante miles de horas extras, demandó la posibilidad de convertirse en aquello que popularmente se ha convenido en llamar clases medias. Se trataba de un amplio sector de la clase trabajadora que había conseguido hacerse con una casa, un coche y un mes de vacaciones pagadas; pero que demandaba una educación pública de calidad (obligatoria y superior) para sus hijos, un acceso universal a la salud y algún tipo de políticas asistenciales por si en algún momento ocurría lo peor (léase quedarse sin trabajo).

Hoy, después de un cuarto de siglo de haber funcionado el ascensor social, este no solo se ha quedado atascado, sino que ya lleva unos años bajando. Las políticas implementadas durante la segunda legislatura de Zapatero y por el Gobierno de Rajoy, y por CiU en Catalunya, han mostrado de forma insolente que los hijos de la generación de la transición no tienen forma de insertarse dignamente en el mercado laboral, pese a sus esfuerzos y formación, y que si lo consiguen sus trabajos son precarios y sus sueldos jivarizados.

Es precisamente esta generación la que exige otras políticas. Se trata de una demanda firme y presente que hasta ahora ningún partido ha sabido (o podido) articular, pero que está disponible, ansiosa y que ruge. Si Podemos tiene la capacidad de encauzar en las urnas parte del sufragio de ese amplio colectivo que se niega a acatar el proyecto clasista, neoliberal y reestratificador puede emular también el desempeño electoral del PSOE de la transición. Otra cuestión es que -en el caso de que realmente sea opción de poder- pueda esquivar alguno de los errores y trampas en que el PSOE cayó una vez encumbrado en las instituciones.