Cuando se legisla en caliente

Marta López

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Al amparo de la profunda conmoción en la que seguimos sumidos una semana después de la matanza en el Charlie Hebdo y la espiral de violencia que le siguió, los distintos gobiernos europeos están engrasando a toda prisa su maquinaria legislativa para hacer frente a la letal amenaza yihadista. Noqueados todavía por un golpe contra nuestro valor más sagrado, el de la libertad, asistimos a los preparativos de los nuevos arsenales de esta guerra con la certeza de que todo va a cambiar y no va a ser para mejor.

La amenaza yihadista ya hace tiempo que está en la agenda de Europa. ¿Cuántas veces se han reunido si no en los últimos meses los ministros del Interior de la Unión Europea para tratar de esos más de 3.000 jóvenes desarraigados criados en Europa que han viajado a Siria o Irak para combatir en las filas de Al Qaeda o el Estado Islámico?  ¿Qué ha salido de alguna de esa reuniones? Poco más que declaraciones vacuas. Poco más que reconocer que la amenaza se ha agravado y que hay que pasar a la acción. Repasen si no la hemeroteca.

Y ahora, las prisas. A la «guerra» contra el yihadismo con las armas del estado de derecho, con medidas excepcionales pero no de excepción, como dijo Manuel Valls. Pero, ¿dónde empieza y dónde acaba el estado de derecho? ¿En Guantánamo? ¿En los programas secretos de espionaje masivo de las comunicaciones? ¿En las redes de cámaras ocultas que escrutan cada uno de nuestros movimientos en las ciudades?

Es muy difícil delinear donde acaban nuestras libertades individuales en aras de la seguridad común. Posiblemente nadie pone en duda que se tengan que tomar nuevas medidas contra un terrorismo yihadista que muta y se adapta a los tiempos. Los europeos no queremos otro París, ni otro Londres, ni otro Madrid. Ni Bruselas, ni Toulouse.

Pero la nueva estrategia contra una amenaza que va para largo se debe afrontar desde la serenidad, nunca desde la conmoción. Eso ya lo hizo George Bush. Debe ser fruto de un debate sereno y no de una reacción en caliente. La prisa no es buena consejera. Para legislar, menos.