¿Una ultraderecha 'gay friendly'?

Ver el movimiento solo como reedición del fascismo es un error que impide comprender su crecimiento

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XAVIER CASALS

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Las fotos del joven vicepresidente del Frente Nacional (FN), Florian Philippot, de 33 años, y su pareja masculina publicadas por la revista Closer han generado un debate en Francia sobre la intromisión de los medios de comunicación en la vida privada de los políticos. Pero el suceso también ha demostrado que hoy la homosexualidad no impide ser un dirigente ultraderechista.

En este aspecto, Philippot refleja la ambición del FN de ser la casa común defensora de «la nación». Su líder, Marine Le Pen, lo explicitó en mayo del 2011: «¡Tanto si se es hombre o mujer, heterosexual u homosexual, cristiano, judío, musulmán o no creyente, primero se es francés!». El partido parece asumir una amplia transversalidad religiosa y sexual. ¿Cómo se ha llegado a tal situación?

La presencia homosexual forma parte del paisaje de la extrema derecha desde inicios de este siglo. Tradicionalmente, este espectro político ha defendido los valores masculinos y de la familia tradicional. Pero la onda expansiva del atentado de Al-Qaeda del 11 de septiembre del 2001 alteró el discurso de la ultraderecha, ya que desde entonces asumió la islamofobia: rechazó el islam por ser una religión de conquista, y a los musulmanes porque sus valores son antitéticos a los de Occidente.

Esta deriva facilitó mayor centralidad política a la extrema derecha cuando esta ya había conocido una primera gran mutación tres décadas antes, en los comicios europeos de 1984. Entonces emergió el FN liderado por Jean-Marie Le Pen (padre de Marine) con un 11% de sufragios. Los captó al incorporar la inseguridad y la inmigración como temas estelares, aceptar formalmente la democracia y relegar la nostalgia del pasado colaboracionista  a un plano discreto. Su ascenso hizo que lo emularan fuerzas afines de toda Europa.

En este marco, la irrupción de la islamofobia ha supuesto otra gran inflexión ideológica. Como destaca el politólogo Piero Ignazi, ha acercado este sector político a la Iglesia (en la que ve un bastión ante el islam), ha diluido en gran medida su antisemitismo (ahora Israel es percibido como aliado de Occidente en Oriente Próximo) y ha favorecido la adopción de valores del liberalismo cultural presuntamente amenazados, como la oposición a la opresión de mujeres y homosexuales.  Esta tendencia se constató primero en Holanda con el éxito de Pim Fortuyn, un conocido catedrático homosexual sin vínculos con la ultraderecha. En marzo del 2002 concurrió a las elecciones locales de Rotterdam y captó el 35% de los votos y en mayo quiso conquistar el Gobierno liderando un partido personal de derecha populista, la Lista Pim Fortuyn (LPF). Fue asesinado en plena campaña, pero su opción devino segunda fuerza del país con el 17% de los sufragios.

Fortuyn era liberal, defendió derechos de mujeres y uniones gais, la legalización de la droga y de la prostitución, pero fue crítico con la inmigración, sobre todo musulmana. Consideró el islam una cultura atrasada e intolerante y utilizó su negación de la homosexualidad como argumento. En tal sentido, fue sonada su respuesta al imán de Rotterdam cuando declaró que Fortuyn nunca había hablado con un musulmán: «No solo hablo con musulmanes, incluso me acuesto con ellos», replicó.

Fortuyn plasmó los réditos que podía brindar unir islamofobia y defensa de valores liberales y otras formaciones le imitaron, como el FN. El sociólogo Sylvain Crépon, en Enquête au coeur du nouveau Front National (2012), ha analizado el viraje de Marine Le Pen al respecto. Su padre en 1984 consideró la homosexualidad como «una anomalía biológica y social» y ella, al dirigir el FN en el 2011, lo ha desestigmatizado entre el electorado gay.

Pero Crépon señala los límites de esta apuesta. Por ejemplo, el FN no concibe los derechos actuales de la mujer como fruto de las luchas feministas, sino como emanación de la cultura judeo-cristiana. Asimismo, el partido no asume el matrimonio y la adopción por parte de homosexuales debido a su cultura política y el rechazo de sus sectores conservadores. Marine Le Pen lo reflejó en el 2011 al afirmar que si se legalizaba el matrimonio gay se podía ir «muy lejos en la modificación de nuestra civilización», hasta abrir las puertas a legalizar la poligamia. En el FN, pues, existiría una jerarquía implícita entre heterosexualidad y homosexualidad en favor de la primera. Ahora, ante la polémica creada por las fotos, Philippot ha soslayado esta situación al emplazar la condición nacional sobre lo sexual: «El FN no es gay friendly, es french friendly», ha declarado. El episodio, en última instancia, refleja cómo los valores liberales han facilitado una reinvención insólita de la ultraderecha, y seguir presentándola como una reedición del fascismo es un grave error que impide comprender sus dinámicas de crecimiento.

Historiador.