Dos miradas

Una mano

emma Riverola

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Doce campanadas separaran un año gastado de otro que nace con el pentagrama en blanco. Con los doce gongs nos despediremos de todas las manos que no volveremos a estrechar. Manos que acompañamos con caricias ya sabidas; que solo rozamos con las yemas de los dedos; que asimos tratando de retener; que soltamos en un acto de liberación, con dolor o con alivio, cerrando el puño para retener su recuerdo o abriendo la palma para soltarlo. Manos que la nostalgia nos hace creer que sostenían el mundo, apuntalaban las paredes y abrían las ventanas cuando nos ahogábamos. Manos moteadas por el paso del tiempo o manos aún jóvenes que partieron sin mirar el calendario. Manos afiladas, grandes o rechonchetas, como la de Joan Barril que en un recuerdo imaginado nos saluda desde la cubierta de un barco que se aleja.

Pero sonarán doce campanadas, el 4 se irá al cuarto de los trastos inútiles y un 5 revoltoso ocupará su lugar. Con la punta del índice reseguiremos su sinuosa silueta y despertaremos nuevos sueños. Algunos, soberbios, inabarcables. Otros, pequeños, de estar por casa, que nos despiertan una sonrisa tímida, un leve gesto en los párpados, un cosquilleo entre los dedos. Un hormigueo de esperanza o de rebeldía o de serenidad. Un impulso que nos anima a recibir el 2015 con un brindis. Porque, tal vez, entre las estaciones y las hojas que mueren y brotan, los nuevos días escondan, también, una mano tendida.