Mucho más que un cineasta

Orson Welles, durante la emisión radiofónica de 'La Guerra de los Mundos'.

Orson Welles, durante la emisión radiofónica de 'La Guerra de los Mundos'.

ESTEVE RIAMBAU

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Cuando Orson Welles realizó Ciudadano Kane, el filme que durante muchos años ha encabezado el ránking de las mejores películas de la historia del cine, tenía apenas 25 años. En aquella fecha ya era, sin embargo, una estrella del teatro de vanguardia neoyorquino y había conmocionado Estados Unidos al narrar una supuesta invasión marciana con su emisión de La guerra de los mundos. La leyenda dice que, a los seis años, ya interpretaba El rey Lear. Lo cierto es que sus versiones teatrales de un Macbeth, protagonizado por actores negros y ambientado en Haití con hechiceras de vudú o un Julio César trasplantado a la Italia de Mussolini con uniformes fascistas, anticipaban el talento y la osadía que se revelaría en sus posteriores películas. No hay que olvidar que, antes de rodar Campanadas a medianoche en escenarios españoles, ya había puesto en escena en dos ocasiones este montaje de textos shakespearianos. En la versión estrenada en Boston, en 1938, antes de Ciudadano Kane, el escenario era una plataforma giratoria en la que los actores se movían y cambiaban de decorado como si se tratase de un montaje cinematográfico. Y recientemente se han recuperado, por otra parte, las imágenes que rodó como prólogo para el vodevil Too much Johnson con indudables guiños al cine de vanguardia soviético, al expresionismo alemán o al slapstick de los cómicos del cine mudo.

El hombre del micrófono

La radio fue, para Welles, un medio en el que desde muy temprana edad aprendió a modular la voz, a imitar acentos como los que en cine aplicaría a un Macbeth escocés y al exótico Mr. Arkadin o a narrar historias clásicas desdoblando la acción entre el protagonista y un narrador omnipresente. Drácula o La isla del tesoro podrían haber seguido el camino que El cuarto mandamiento recorrió desde las ondas a la gran pantalla. Harry Lime, el sugerente protagonista de El tercer hombre realizó, en cambio, el trayecto inverso al prolongar su popularidad desde el cine hasta un serial radiofónico. A mediados de los años 50, sus colaboraciones en antena dieron paso a la exploración de la televisión, un medio en alza que utilizó para proponer nuevas historias. Muchas de ellas lo incluían a él en pantalla, a modo de los narradores de los zocos árabes pero también como banco de pruebas para futuros ensayos cinematográficos, como Fraude o su inacabado Don Quijote.

Si se revisan las hemerotecas, durante los años 40 aparece otro Welles articulista que, en encendidos textos para la prensa diaria, hacía campaña en favor del liberalismo y de la reelección del presidente Roosevelt.

Por último, hay también un Welles prestidigitador, un mago que actuó en diversos escenarios y dejó inacabada una película con espectaculares trucos como los que llevaba a cabo, de una forma menos ostentosa, gracias al montaje cinematográfico al hacer coincidir en la pantalla escenarios geográficamente imposibles. En Campanadas a medianoche, por ejemplo, la coronación de Enrique V comienza en la colegiata de Cardona, sigue en Santa María de la Huerta, en Medinaceli, y culmina frente a la fachada de la iglesia de Santo Domingo, en Soria. El cine fue, ciertamente, el medio en el que Welles integró todos sus conocimientos y habilidades pero también es cierto que sus filmes no serían como son si él no hubiese sido mucho más que un cineasta. Y así habrá que reconocerlo, en la conmemoración de su centenario, para valorar en toda su grandeza a uno de los grandes artistas del siglo XX.