28 de junio del 2014

Gordos sin camas

Una mujer fumando frente al Hospital del Mar.

Una mujer fumando frente al Hospital del Mar.

JOAN BARRIL

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Aunos cien metros de cualquier hospital se levanta una especie de estatua al estilo de Roy Lichtenstein en la que dice que a partir de aquel lugar ya no se puede fumar. Se trata de un tótem junto al cual se suelen encontrar los ciudadanos aburridos. Ellos no son pacientes, pero empiezan a impacientarse. Hace tiempo que van a ese establecimiento que todavía es público pero que acaba poco a poco con su público. En torno a la escultura de un cigarrillo enorme coinciden todas las conversaciones del día. Dice la canción que el humo ciega tus ojos, pero en realidad el humo provoca extrañas y fecundas conversaciones.

Ayer, junto a la pequeña hoguera del tabaco proscrito, tres hombres y una mujer hablaban sobre el tiempo de espera que les correspondía a sus parientes para llegar al paraíso terrenal de una cama. Se quejaban de las demoras, pero también de los silencios que les atenazaban. Uno de ellos, tal vez el más alarmista, se despachaba entre la humareda por la aparición en la televisión de un personaje que alertaba a la ciudadanía de lo malo que eran las drogas, el tabaco y también el alcohol. «Yo ya sé que el vino contiene alcohol, pero no hace falta que nos hagan creer que una botella de vino equivale a tres o cuatro cubatas». Cerca de la ciudad, en las viñas verdes del Penedès, también suelen quejarse de esa identificación malévola entre la bondad del vino y la perversión viciosa del alcohol. En eso todos los fumadores se ponen rápidamente de acuerdo.

Llega un quinto personaje. Habla de un familiar que lleva dos horas esperando a que alguien le atienda. Se añade a la conversación y suma un poco de leña al fuego. «He visto por la tele que en Catalunya una de cada dos persones padece sobrepeso». El hombre se toca la barriga como afirmando que el sobrepeso se tiene pero no se padece. El coro de los fumadores levanta la voz, no en vano se encuentran muy lejos de la entrada del hospital y pueden hacerlo. «Estoy harto de que me digan lo que tenemos que hacer y lo que no tenemos que hacer», exclama un rebelde con causa. «Lo dicen por nuestro propio bien», añade la mujer mientras prende su segundo cigarrillo.

Un antiguo afiliado al PP recuerda la figura de Aznar en el momento de preguntarse: «A ver, ¿quién se atreve a decir las copas que debo beber y las que no?». Estamos en plena euforia salutífera y las autoridades se empecinan en decir si hay que comer sano, como si alguien fuera un gurmet de lo insano. E insisten en la necesidad de hacer una dieta oficial que nos salve de las pérfidas dietas espontáneas.

Finalmente, el recién llegado, harto ya de tantas horas o tal vez días de espera dice: «¿Cómo se atreven a aconsejarnos una vida saludable si ellos mismos se dedican insistentemente a cerrar plantas hospitalarias y a dejarnos sin posibilidad de cama?» Sin lugar a dudas los consejos de hoy parecen una contradicción con la acción de gobierno. De la misma manera que los recaudadores de impuestos como Montoro consideran que es perfectamente lícito guardar los ahorros en una sicav extranjera para ahorrarse la tributación de sus pensiones.

Así es la vida del paciente impaciente. Se les conmina a la responsabilidad mientras asisten a la irresponsabilidad de dirigentes a los que ellos mismos han votado. Seremos gordos, pero al menos no deberemos pedir permiso para serlo.