El gran viaje

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JOAN BARRIL

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En un solo día perdió al amor de su vida y ganó el número de la ONCE. Se despertó con la cama desecha después de una noche dificil y, pintado en el espejo con lápiz de labios, una advertencia: «No quiero verte más». Ruptura clásica. Nonato Nulo se levantó dispuesto a ahogarse en su café con leche matinal. Sobre el felpudo del rellano estaba su periódico. Hojeaba todas las desgracias del mundo hasta que el número de la fortuna coincidió con el número que llevaba en la cartera. Un buen pellizco de euros. El juego y el amor iban, efectivamente, por caminos distintos.

Con el alma estrujada caminó por la ciudad que les perteneció durante tantos años. Todo le recordaba a ella. Nonato Nulo solo contemplaba la idea de la huida. Tenía dinero por delante y mucha amargura por detrás. Se detuvo ante un escaparate. Era una agencia de viajes. «Para nosotros ninguno de sus sueños es imposible», decía el rótulo promocional. Un sueño era lo que hasta entonces había tenido y ahora solo tenía en sus manos una pesadilla y un número premiado. Nonato Nulo entró.

Un eficaz empleado le atendió. «Esta es una agencia especial. Pida y lo tendrá». Lo que realmente quería pedir Nonato ninguna agencia del mundo podía devolvérselo. Pero la atracción de la huida iba haciéndose cada vez mayor. El empleado: «¿A qué país desea que le llevemos?». Y Nonato, mirándose la punta del zapatao, balbuceó: «Ni idea». El empleado no se dio por vencido: «¿Alguna ciudad que le llame la atención?». Y Nonato, con un suspiro, respondió: «Tanto me da». Más preguntas: «¿Le gusta a usted el mar?». Y Nonato, hurgándose la nariz, murmuró algo así como «mmmmmmm». «¿Y la montaña? ¿Una bonita montaña del mundo que quiera usted recorrer?». Nonato hizo un esfuerzo montañero: «La tengo en la punta de la lengua». «¿Algún hotel preferido?». Y Nonato: «Me da igual». El empleado lo acompañó hasta la puerta y le dijo que ya tendría noticias suyas.

Al día siguiente recibió un sobre, un billete de avión de ida, un horario y una puerta de embarque. Nonato se montó en un avión nocturno y llegó a un lejano aeropuerto. En el control de pasaportes le dijeron: «Bienvenido a la República de Nidea, señor Nulo». Un taxista se ofreció a llevarle al centro de Tantomedá, capital de Nidea. Ahí el recepcionista del Mesigual Palace le dio la llave y le advirtió de que desde su habitación se veía un bonito amanecer sobre el mar Mmmmm. Pero que también podía ir de excursión a la cordillera La Punta de la Lengua.

A la mañana siguiente, Nonato Nulo se pasó el día al borde de la piscina del Mesigual Palace. Al caer la noche solo quedaban él y una bella mujer. Se miraron y cenaron juntos y otras cosas. Una semana después le llamaron de la agencia preguntándole cuándo pensaba volver. Nonato, mientras acariciaba la espalda de la que sería la mujer de su vida, les dijo: «Nunca más. Y gracias por haber hecho posible un sueño que desconocía». Desde entonces la Republica de Nidea tiene dos nuevos ciudadanos.