¡Socorro, la Navidad!

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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Hay que estar preparado, los cambios bruscos pueden provocar cortocircuitos, y la Navidad viene cargada de voltios.

Este año, todo comenzó con una llamada de teléfono. "Ah, eres tú", oí al otro lado. "Dile a tu mujer --su hija-- que iremos el 23". Cojonudo, de víspera de la víspera. "Señora", le repliqué, "que ni la consulta del 9-N ha podido modificar las fechas: Nochebuena sigue siendo el 24, como en sus tiempos --toma recadito-- y no hace falta que adelanten su llegada". Me colgó, mi suegra es así: colgar el teléfono es el argumento más sólido de sus discursos. Exposiciones unidireccionales, por supuesto.

Hace ya unos cuantos calendarios que estos días se me atragantan y me obligan a recordar otros, superados en el tiempo, de ilusiones interminables. Podría parecer que se trata de los mismos días señalados, pero no, yo me acuerdo. Éstos son muy diferentes y, sinceramente, peores. Ya vendrán los listos a denostar las nostalgias, pues que les den, porque a mí me parece, y así lo sostengo, que la Navidad se va complicando con los años y va dejando por el camino jirones de lo vivido… hasta llegar a turrones mal digeridos y la presencia, cuestionable y cuestionada, de un rey negro tiznado. Pero, luego, lo piensas…, y no, la culpa no es ni de de las celebraciones ni de sus consecuencias. Me temo algo peor: la culpa es de uno mismo, que ya no es el mismo.

Antes no reparabas en determinadas situaciones, pero ahora las detectas con el pasotismo trufado de cinismo y otros ismos poco confesables. ¿A qué juega esa gente, mea culpa incluido, reciclada de golpe en personas amables como por arte de transmutación filosofal? ¿Cómo pueden sus sentimientos, habitualmente de plomo, transformarse en oro? Y, sin embargo, así es, el ambiente se llena de alquimistas voraces a tiempo parcial, hasta el día 6. ¡Pero si hasta ese idiota del Quinto B parece otro y ayer me habló del tiempo en el ascensor! Nada, no irá lejos el cambio: lo que dura una tablet a la puerta de un colegio. A partir de enero, nadie te cederá el paso, ni el asiento en el bus, y el vecino del quinto continuará con su tono borde. Imbécil, ya te lo digo ahora, vecino, para ir adelantando.

Pero hay que pasarlas, estas fechas, digo, porque es tarea obligada si pretendemos que lleguen otras. Una vez más, nadie será capaz de decirle al cuñado pesado que esos chistes los ha contado veinte veces y todos alabaremos el pavo. Duro como la cuesta de enero, entre enero y diciembre. Con todo, si hemos de ser sinceros, a alguno le vendrán bien estos días, es bueno pensar que todavía quedarán por ahí personas --gente menuda, sobre todo-- que jamás dirían eso de que estamos ante una 'porquería de fechas', es gratificante pensar que resta peña con ilusión de embarcarse en esta travesía familiar y salir bien parada.

Suena de nuevo el teléfono y no lo voy a coger. Seguro que es mi suegra. ¿Porquería de fechas? No sé, pero no osaré romper un tópico delicioso, así que… ¡Feliz Navidad!