Una retórica triunfalista

RAMON XIFRÉ

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Afortunadamente han mejorado diversos indicadores económicos en España y hace ya tiempo que se han producido cambios de tendencia en el empleo y el crecimiento del PIB. Con todo, ni en lo uno ni en lo otro, hemos recuperado los niveles previos a la crisis.Los intereses que pagamos los españoles cuando nos endeudamos con el exterior han bajado y, por tanto, los escenarios catastróficos del 2010 y 2012 quedan ahora muy lejos. Pero la variable fiscal fundamental, la deuda pública, cuyo pago ahora es la prioridad económica absoluta en España, continúa creciendo, incluso descontando el pago de los intereses. Es decir, los recortes no han conseguido generar superávit público primario.

Además, la recuperación ha sido especialmente desigual a nivel territorial y ha aumentado el número de personas y familias económicamente vulnerables. En parte, esto se debe a que en muchos países desarrollados estamos viviendo un tipo de recuperación que no crea empleo o crea muy poco o lo genera de carácter precario. Esto no es una denuncia de los anti-sistema, sino uno de los temas clave sobre los que viene reflexionando el FMI en sus últimos informes sobre la economía mundial.

Estos son los hechos. Frente a ellos, el presidente del Gobierno a principios de año sostenía que el país ya había doblado «el Cabo de Hornos» y hace poco era menos metafórico y más rotundo y decía: «Estas Navidades van a ser las primeras de la recuperación». Es fácil entender lo que quiere Rajoy: lanzar mensajes que subrayen los datos positivos y presentarlos como el resultado de su gestión. Es comprensible porque casi todos los políticos tienen esa tendencia, que se agudiza cuando se acercan las elecciones y más cuando las encuestas les son adversas, como es el caso.

Además, esta retórica autocomplaciente y triunfalista no se limita solo a cuestiones económicas. Con respecto a la necesaria negociación con Catalunya y las reformas institucionales profundas que necesita el Estado, se percibe un mensaje parecido: el Gobierno ha tenido el coraje de tomar las decisiones difíciles y correctas que necesita el país, y no hay ningún motivo para cambiar el rumbo porque no sucumbirá ni al chantaje ni a la demagogia.

Reformas por hacer

El problema no es que el presidente y el Gobierno digan este tipo de cosas en público, sino si realmente así lo piensan. Quedan muchas reformas por hacer y, en consecuencia, el Ejecutivo no puede perder el tiempo y, mucho menos, hacérselo perder a los ciudadanos.

Ya se da por descontado que en lo que queda de legislatura no se tomarán decisiones difíciles y que nos esperan políticas acomodaticias y efectistas con objetivos electorales. Hasta cierto punto resulta lógico. Pero ello no debería frenar el debate de fondo sobre los múltiples cambios necesarios y pendientes. De hecho, si el Gobierno toma el camino de ser honesto, reconocer la complejidad de los problemas y no estar a la defensiva sino hacer propuestas creativas, encarrilaría la agenda para después de las  generales y haría un valioso de servicio al país.