El problema territorial

Lo que no quieren oír

España debe retomar el federalismo como ética de una izquierda solidaria que no puede dejar tirados a los débiles

JORDI GRACIA

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La imposición de un Estado unitario y centralista se ha demostrado ineficaz e inviable para gobernar la España plural formada por diversas identidades, tradiciones y territorios con voluntad de autogobierno. La España de las autonomías ha hecho progresar a España en los últimos 30 años como en ningún otro periodo en la historia, pero necesita desarrollarse hacia un Estado federal que permita el máximo autogobierno de sus partes y un verdadero Gobierno compartido. Sin embargo, el federalismo en España no se ha entendido como unión en la diversidad sino como separación. En el momento complejo de la Transición, la Constitución propició una forma de autonomismo con connotaciones tímidas y vergonzantemente semifederales. Hoy tal estructura de Estado aparece como problemática e incluso como causa de los males colectivos de España y de Catalunya, tanto para la derecha más uniformista como para el independentismo nacionalista.

Ambas opciones no parece que admitan alternativa válida alguna, y a la vez desprecian el federalismo como conciencia colectiva, como ética compartida y como forma de pactar la convivencia de las partes del Estado, a un tiempo sustancialmente iguales y sustancialmente ligadas a sus singularidades. El instrumento para revitalizar una verdadera alternativa únicamente puede ser el federalismo, estrechamente ligado al catalanismo político en otros momentos históricos, al que debemos enriquecer ahora con las razones y sentimientos del presente. Todo ello en el seno de una Europa federal en la que el federalismo garantice la pluralidad y el protagonismo de ciudadanos y ciudadanas, naciones y regiones, para contrapesar y limitar el de las tecnoestructuras gobernantes y administrativas y el predominio agobiante de los estados, que menosprecian naciones, culturas y pueblos.

El federalismo que construimos y queremos compartir no es una propuesta de moderación ni de prudencia; no es la bandera desteñida de la resignación ni de la rutina. Es todo lo contrario: hoy la valentía consiste en llamar la atención sobre los reyes desnudos, tanto el del sueño recentralizador como el del sueño de la independencia, porque ninguno de ellos puede prometer ni garantizar una forma de prosperidad económica, social y cultural mayor que la conseguida hasta el momento en que estalló la insolidaria crisis abierta hace siete años, todavía mal curada y que, como siempre, se sigue cargando fundamentalmente sobre los sectores más desprotegidos y menos responsables de su aparición.

El federalismo armoniza las diferencias territoriales porque nace de una ética de la fraternidad solidaria; aspira a neutralizar las distancias económicas y sociales y a distribuir de forma más justa y equilibrada tanto las competencias como los beneficios. Gran parte del independentismo catalán nace como estrategia de autoprotección contra la crisis, como escudo de defensa contra la ayuda económica a otras regiones españolas a las que acusa de beneficiarse con la riqueza robada a los catalanes. Invertir esta lógica significa retomar el federalismo como ética de una izquierda solidaria que no puede dejar tirados a quienes menos tienen.

El federalismo en sí mismo no es de derechas ni de izquierdas, pero en la España de hoy es una opción de izquierdas porque no se resigna a favorecer a la sociedad más poderosa para que siga siendo más prepotente y a perjudicar a la sociedad más pobre hasta que llegue a la miseria. Por este motivo la bandera del federalismo va ligada hoy en día a las aspiraciones de una izquierda aún muy débil en toda Europa. Por eso frenar el fraude fiscal es una lucha federal; sajar la corrupción estructuralmente consentida es una lucha federal; la protección y transformación del Estado del bienestar es una lucha federal; la aprobación de una nueva ley de partidos y su financiación, y de una nueva ley electoral (en Catalunya, vergüenza nos da recordarlo, de su primera y propia ley electoral, pendiente desde hace 34 años por el enfrentamiento partidista de los grupos parlamentarios), son también luchas federales. Esos son los mimbres de un proyecto federal para el momento presente.

Ninguna de estas medidas puede ser una propuesta accidental y menor en un programa político. La izquierda debe explicitar el significado político y social del federalismo como instrumento para armonizar las diferencias de familia, clase y horizontes vitales: para que la igualdad de oportunidades de los ciudadanos no siga siendo retórica; para que el fraude a Hacienda empiece a condenarse como pecado insolidario capital solo perdonable con la restitución; para que la percepción de una solidaridad activa del Estado con los más desfavorecidos encuentre su expresión en una España social y federal.

Firman también el artículo Joan Botella, Victoria Camps, Manuel Cruz, Carlos Jiménez Villarejo, Ismael Pitarch y Carme Valls-Llobet. Adhesiones: espanasocialyfederal@gmail.com

Firman también el artículo Joan Botella, Victoria Camps, Manuel Cruz, Carlos Jiménez Villarejo, Ismael Pitarch y Carme Valls-Llobet. Adhesiones: espanasocialyfederal@gmail.com