El segundo sexo

El ángel de la interrupción

El paréntesis se incorpora a la conversación porque todos tienen algo que decir aunque nadie les escuche

LLUCIA RAMIS

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En la obra teatral El chico de la última fila, que François Ozon adaptó al cine con el título Dans la maison, el director Juan Mayorga apunta: «Ella sale del salón. Me encuentra mirando las acuarelas de Paul Klee. Todos los títulos acaban en ungZerstörung, Unterbrechung, Hoffnung, Rettung. Vuelve al salón con un plato de aceitunas y dos martinis».

Se refiere a los ángeles que el artista alemán pintó como si fuera un niño, con alas que parecen garras y arrastrados por el viento. Zerstörung significa destrucción; Unterbrechung, interrupción; Hoffnung quiere decir esperanza y Rettung, salvación. Detengámonos en la interrupción, convertida en parte imprescindible de nuestro lenguaje.

Tal vez todo empezara con la publicidad. O bueno, quizá antes, a la hora del descanso en las jornadas laborales. Pero entonces el motivo no estaba basado en una necesidad comercial, sino productiva. Con la llegada del televisor, tanto las películas como los programas y guiones en general se fueron adaptando a esos minutos en los que la trama se queda suspendida mientras en la pantalla suceden otros pequeños dramas que pretenden grabarse en tu memoria a corto plazo: un desgraciado no ha comprado el décimo ganador de la lotería; un famoso actor intercambia sus mocasines por una cápsula de café; una actriz conocida tiene pérdidas de orina; una niña hace carcasas superguachis para el teléfono móvil.

Luego el protagonista sigue matando a los malos o conquistando a la chica como si nada hubiera pasado. El espectador finge asimismo que no ha visto lo que acaba de ver, y emocionalmente regresa al mismo punto que hace siete minutos.

Antes de eso (y también después), estuvo el teléfono. Ese teléfono que sonaba justo cuando servías la cena o te estabas duchando o mirabas la tele, pero nunca de forma sincronizada con los espacios publicitarios. Un teléfono que se convirtió en móvil para que las niñas superguachis pudieran fabricarle carcasas y que, por alguna razón, se volvió más importante que las personas que tenías delante. «Un segundo, tengo que contestar», «perdona, serán tres minutos», «espera, que es urgente». Coitus interruptus o salvado por la campana.

Mientras mata a los malos, el protagonista le promete a su mujer que llegará a tiempo para el cumpleaños de su hijo y le dice que esos tiros que oye por el auricular son fuegos artificiales. Ya no necesita conquistar a la chica, porque cuando quedan para tomar algo se pasan el rato cada uno pegado a su teléfono, enviando wasaps a personas que, a su vez, están paseando al perro o leyendo o bañando al niño. Pero un momento, que acaba de llegarles el aviso de un tuit en el que les mencionan.

Y ya tenemos a un tipo celebrando su tercer aniversario con su novia y dos copas de cava en un restaurante caro, y esperando que una amiga consulte las redes sociales antes de contestarle (ve que está en línea, por qué tardará tanto, ¿se estará escribiendo con otro?), mientras esa novia que le quiere tanto sonríe porque acaba de ver que un amigo de Facebook que le gusta le ha puesto un like. Y el chico piensa que su amiga se las da de interesante. Y su novia está radiante. Y se miran un segundo a los ojos y se dicen que se aman, antes de volver a fijarse en sus pantallas más que en sus platos, y luego brindan.

La interrupción se ha incorporado a la comunicación porque todos tienen algo que decir aunque nadie les escuche. Los tertulianos se interrumpen y apenas hay espacio para nada más que los titulares. Ciento cuarenta caracteres para llamar la atención, hacernos oír, vendernos con cuñas, ¡autopromoción!, e imaginar vidas paralelas que conviertan la nuestra en algo un poco más apasionante. La continuidad exige concentración y ya no estamos acostumbrados. La continuidad se confunde con la monotonía. La continuidad se hace larga. Hay que interrumpirla. «Necesito unos días para pensar en lo nuestro».

El analgésico también es una interrupción; del dolor. Y lo son el darse un respiro y los paréntesis. Los puntos suspensivos, no. Los puntos suspensivos son una inconclusión, que no es lo mismo. La interrupción del embarazo es un eufemismoInterrupt request, o IRQ, es una señal que se origina en un hardware para indicar al procesador que algo requiere atención inmediata.

El nuevo anuncio de la Dirección General de Tráfico advierte del peligro que supone estar más pendiente de la urgencia que de la importancia. Si leemos o respondemos a un mensaje o nos hacemos un selfie al volante, entonces puede que lo que se interrumpa sea nuestra propia vida. Y es paradójico, puesto que lo hicimos por egocentrismo. A diferencia de la tele, transcurridos siete minutos nada vuelve a ser como antes.

Las crisis son interrupciones tras la destrucción que, tal vez, como en los ángeles de Klee, darán paso a la esperanza y la salvación.