Un fenómeno que despierta alarma social

Una visión distorsionada del deporte

Los ultras son un germen de organizaciones criminales amparados por el halo que aporta el fútbol

JOSÉ LUIS PÉREZ TRIVIÑO

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El fallecimiento del aficionado deportivista a manos de los ultras del Atlético de Madrid ha vuelto a poner sobre el tapete un problema que presenta varias aristas y que, al menos, supone la implicación de diversos actores a los que es posible atribuir responsabilidad en un fenómeno que despierta alarma en el ámbito propiamente deportivo, pero también en el social. En efecto, si queremos que los partidos de fútbol sean espectáculos a lo que puedan ir tranquilamente las familias, y que por otro lado, el fútbol (como el deporte en general) siga siendo visto como una fuente de valores apreciados socialmente, entonces, la violencia debe quedar totalmente desterrada. Esta reciente desgracia debería ser un toque de atención para mejorar los mecanismos de prevención y de sanción para estos grupos que, amparados por el halo que proporciona el mundo del fútbol, se convierten en un germen de organizaciones criminales.

Los rasgos diferenciadores de estos grupos ultras son el alto grado de autoorganización y el hecho de exacerbar sus sentimientos de fidelidad al club, todo lo cual les lleva a percibir a los aficionados y, en especial, a los grupos ultras rivales no simplemente como tales, sino más bien como enemigos. De esa forma, su visión del deporte es una visión distorsionada y maniquea, donde lo que importa a toda costa es mostrar la superioridad del propio club frente a los rivales, especialmente respecto de aquellos que son enemigos históricos. De ahí que adopten símbolos propios, eslóganes y hasta denominaciones (Boixos Nois, Ultra Sur, Bucaneros, Riazor Blues...) y valores que en muchas ocasiones provienen de otros ámbitos que no son futbolísticos y que son dudosamente democráticos.

Las peleas de los radicales están muy organizadas e incluso pactadas de antemano, para hacerlas coincidir con los partidos, existiendo en ocasiones acuerdo previo para la fecha, el lugar, las normas y hasta para el tipo de arma a utilizar en la contienda. Nada tienen que ver con las típicas peleas callejeras originadas por un hecho puntual. A ello se une ahora, además, las redes sociales, los foros, mensajerías instantáneas como WhatsApp, y la inmediatez que todo ello proporciona en las comunicaciones, siendo estas las formas que tienen los ultras para organizarse y citarse con los grupos de los equipos rivales, así como, también, para avisar a otros grupos radicales afines para que les presten apoyo.

Incitar a la violencia

En este punto podríamos preguntarnos qué les lleva a estos grupos a unirse y prestarse apoyo, y si bien pudiéramos pensar que el vínculo es el ideológico, no siempre es así pues una gran parte de las ocasiones lo que les une es el objetivo común de incitar a la violencia. En tanto que organizaciones que pueden cometer actos violentos, la respuesta de última instancia es la aplicación del Código Penal a través de los posibles delitos que pueden cometer: los desórdenes públicos y las riñas tumultuarias de los artículos 557.1 y 2 y 154 respectivamente.

Ahora bien, ¿autoriza el examen realizado a pensar que los clubs de fútbol no tienen ningún tipo de responsabilidad en las acciones violentas de estos grupos, simplemente porque actúen fuera de los estadios? A pesar de lo que han manifestado recientemente algunos presidentes y jugadores, la respuesta es claramente negativa. La tienen y en algunos casos, en grado más que notable, ya que bajo la cobertura de que tales grupos son necesarios para animar al equipo, les ofrecen diversos tipos de prebendas que hacen posible su existencia. Por ello, los rectores del fútbol español deberían empezar a enfrentarse a este problema y no desplazar su propia responsabilidad hacia la sociedad, en general, o a una eventual descoordinación policial.

Los problemas de fondo que explican esta amenaza son complejos, pero gran parte de la responsabilidad está en su política permisiva. Algunos clubs han sufrido en sus carnes lo peligroso que puede ser esta política, cuando en dichos grupos se insertan delincuentes profesionales. Joan Laporta, en su etapa de presidente del FC Barcelona pudo finalmente disolver a los Boixos Nois, pero a costa de ser amenazado él mismo y su familia por los cabecillas de aquella organización. Que es posible acabar con estos grupos poderosos, y que por lo tanto, hay un cierto margen de optimismo también se muestra en que en otros países, gracias a medidas efectivas y coordinadas, se haya logrado reducir la virulencia de estos grupos.