Luces y sombras de la sociedad catalana

Pluralismo frente a cesarismo populista

La combinación de diversidad política con bonapartismo resulta muy perversa y contraproducente

CARLES RAMIÓ

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Catalunya posee una sociedad muy plural y rica pero, también, tiene una tendencia gregaria hacia un cesarismo de carácter populista. Considero que se trata de una paradoja o de una fragante contradicción curiosa y preocupante. Son dos imágenes que se superponen y que generan un retrato global muy confuso. Todos nos sentimos cómodos con la imagen de Catalunya como un país muy diverso que lo manifiesta con un elevado pluralismo político y social. Se trata de un retrato indiscutible. Tenemos un sistema de partidos con representación parlamentaria más rico que en el resto de España en el que tienen acomodo muchas más sensibilidades políticas de las que puede canalizar un sistema simple de carácter bipartidista.

En el Parlament tenemos ocho partidos en su hemiciclo (CiU vale por dos) e incluso alguno de ellos posee dos almas (por ejemplo el PSC) y es posible que en la próxima legislatura tengamos todavía más. Además, en los ayuntamientos hay una presencia notable de alcaldes y concejales independientes. Pero el pluralismo es aún mucho más notable en nuestra sociedad: una enorme cantidad de asociaciones y movimientos organizados de todo tipo, desde las que poseen intereses más generalistas o nacionales a otras con objetivos muy específicos o sectoriales. Afortunadamente la partitocracia que se instaló con la Constitución de 1978 no alteró la tradición asociativa previa protagonizada por las asociaciones vecinales. Esta fortaleza asociativa del país ha generado que ahora sean algunas de ellas las que lleven la agenda política y que los partidos vayan por detrás. A esto los sociólogos le llaman capital social capital socialque es un indicador algo confuso pero que advierte sobre el nivel de fortaleza, vitalidad y pluralismo de una sociedad. También es cierto que esta pluralidad genera importantes problemas: en Catalunya es muy difícil implementar, por ejemplo, una obra pública en el territorio al manifestarse de forma organizada una panoplia de intereses y sensibilidades que tienden, en muchas ocasiones, a la parálisis. Es el peaje de ser un país socialmente rico.

En este contexto de enorme riqueza social abruma la sorpresa que, a la vez, tengamos también la no tan positiva imagen de una sociedad con unos ciudadanos militantes con pulsiones de carácter cesarista y populista. El liderazgo de Jordi Pujol es una expresión casi delirante de esta tendencia. Este líder carismático aglutinó a la gran mayoría de los ciudadanos en torno a su figura y facilitó la confusión entre líder y país. Más que un líder político parecía un líder religioso que traspasaba con gran facilidad las compuertas de la política para convertirse en un referente ético y moral absoluto.

El líder carismático que se siente apoyado cae sin remedio en la demagogia y en el populismo. Y el pueblo cae en la trampa del gregarismo y del apoyo ciego a un líder que se siente impune y que se atreve a formular propuestas radicales y a traspasar todos los límites. No encaja nada bien una sociedad tan plural y tan fuerte con la lógica del rebaño. Pero esto es lo que ha sucedido y, quizás, todavía suceda ahora en Catalunya. Pujol no ha sido la anécdota sino la manifestación más evidente de esta enfermedad social. Lo mismo ha sucedido con muchos alcaldes se llamen Joaquím Nadal o Pasqual Maragall: en sus ciudades fueron auténticos dioses y hacían y deshacían lo que les viniera en gana ya que gozaban de un apoyo incondicional. Ahora, mucho me temo que lo mismo sucede con Artur Mas, que cada vez es más un mesías que un político y va generando apoyos ciegos en una parte importante de la población. Pero como ya se anticipa una muerte política prematura de este César ya estamos todos inquietos por la futura falta de liderazgo nacional. Pero respiramos tranquilos cuando oteamos en el horizonte a un nuevo Bonaparte, Oriol Junqueras, líder político de gran talla pero en el que también detectamos un futuro César. No podemos vivir solo con un líder sino que necesitamos un Mesías.

Considero que esta combinación entre pluralismo organizado y activo con el bonapartismo populista no solo es contradictoria sino muy perversa y contraproducente. Son dos imágenes que superpuestas generan una foto inquietante: por una parte, unos ciudadanos que siguen como autómatas las grandes ideas y conceptos (la gran política) de su líder, sean estas las que sean, pero que manifiestan toda su riqueza plural en los detalles de las políticas concretas con una tendencia a bloquear las diferentes estrategias de innovación y modernización del país. Esta es una mala combinación en la que los ciudadanos compran a ciegas las grandes ideas de su líder y se dedican a discutir la letra pequeña del contrato social.