Los SÁBADOS, CIENCIA

La sabiduría popular no es de fiar

Algunas frases hechas que utilizamos desafían los fundamentos mismos del conocimiento humano

JORGE WAGENSBERG

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Un refrán y un aforismo se distinguen sobre todo por la forma en que se usan. En general, un refrán se usa para zanjar una discusión, la liquida. Un aforismo en cambio se usa para iniciar una conversación, la estimula. ¿De dónde procede la autoridad y credibilidad de un refrán popular? Probablemente de su repetición. Es una vieja ley de la propaganda: la iteración hace que una proposición falsa lo vaya siendo menos. Cada vez que resuena una frase hecha se cubre con una nueva capa de barniz protector.

Algunas de estas frases se repiten tanto que incluso alcanzan la frecuencia típica de una palabra. No en vano existen diccionarios de frases hechas. Se podría escribir un diccionario de refranes populares disparatados. Es todo un proyecto editorial. A modo de muestra, empezamos con dos conocidas frases que desafían los fundamentos mismos del conocimiento humano.

La primera reza: la excepción confirma la regla. ¿Cómo renunciar a una sentencia tan cómoda? Sin embargo, no es fácil tropezar con una frase más absurda. Una excepción es una contradicción entre la regla y la realidad que la regla pretende regular. Funciona como la sirena de una alarma que avisa de que algo está fallando en el conocimiento vigente. La crisis se resuelve deshaciendo la contradicción: o cambio mi manera de mirar (y se consolida la comprensión vigente) o cambio mi manera de creer (y se celebra la emergencia de una nueva comprensión). La excepción de la regla (la contradicción) anuncia nuevo conocimiento. Si este es nuevo para todo el mundo, entonces estamos hablando de investigación; si resulta que solo es nuevo nuevo para un ciudadano en particular, entonces estamos hablando de pedagogía.

Los buenos investigadores y los buenos pedagogos no esconden las paradojas: ¡las buscan! Sugerir que la excepción confirma la regla equivale a asesinar la investigación y la enseñanza. La frase es de una ironía perversa: sugiere que las excepciones no solo no afectan a las reglas sino que encima ¡las confirman! Es de locos, es tanto como decir que una regla solo madura cuando la realidad logra desmentirla.

¿De dónde viene este sinsentido de la sabiduría popular? Quizás todo empezó como una broma y, poco a poco, hemos ido olvidando que se trataba de una broma. Quizás todo sea el resultado de un monumental malentendido por corrupción de la siguiente versión original: la excepción confirma (la necesidad de) la regla ¡siguiente! Eso es justamente lo que ocurre en Derecho: cuando alguien encuentra la manera de burlar la justicia sin violar la legislación vigente es señal que hay que legislar de nuevo.

Un segundo redicho popular hace temblar también los cimientos de la comprensión de la realidad: todas las comparaciones son odiosas. Si no se puede comparar, entonces no se puede medir, ni se puede dar cuenta del cambio, ni percibir el tiempo ni el espacio… Si no se puede comparar, nada empeora ni tampoco nada mejora. En síntesis: si no se puede comparar entonces tampoco se puede comprender.

En la carrera de la hominidad hacia la humanidad el gran salto fue la adquisición de un lenguaje capaz de hacer comparaciones. Es muy posible que ello fuera posible gracias a una gran mutación que permitió al Homo sapiens Homo sapienshacerse preguntas sobre sí mismo.

Lo hemos comentado en alguna ocasión: un animal no puede comunicar nada que trascienda el tiempo o el espacio, un animal no puede comunicar a otro realidades cuya percepción no estén compartiendo, no puede explicar historias, no puede inventar ficciones. Sin la capacidad de comparar y de inventar analogías no es posible representar la realidad y hay que conformarse con presentarla. Odiar la comparación es tanto como odiar la facultad misma de conocer. ¿Cómo explicar este segundo fallo imperdonable de la sabiduría popular?

La sentencia quizá proceda de la defensa instintiva que hacen todos aquellos que salen malparados de una comparación. En efecto, una cosa solo es idéntica a ella misma, por lo que siempre se puede apelar a ciertas diferencias para intentar neutralizar ciertas similitudes. Por ejemplo, si lo que se desea es eludir la comparación entre Escocia y Catalunya, siempre se pueden encontrar diferencias innegables (en un caso existe una Constitución y en otro no, en un caso la parte existía antes que el todo y en el otro no...) como contrapeso a las innegables similitudes (identidad, aspiraciones políticas, lengua diferencial...).

Entre dos casos distintos siempre hay coincidencias y divergencias, pero la única manera de confeccionar la lista de las unas y de las otras es emplearse a fondo en la tarea de comparar.

La buena noticia es que la afirmación contraria de un refrán también funciona como refrán. A ver cómo resuena: La excepción acaba con la regla (1) y Todas las comparaciones son adorables (y 2). Facultad de Física de la UB.