El segundo sexo

Un viaje a Serendip

El neologismo inglés se aplica a un hallazgo inesperado cuando buscas otra cosa, como la penicilina

LLUCIA RAMIS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Su edición digital aún no las recoge, pero la nueva versión del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, publicada por Espasa, incorpora palabras como bótox, pilates, tuitear, precuela, dron o serendipia.

Serendipia es ese hallazgo inesperado y valioso que tiene lugar cuando se estaba buscando otra cosa. El LSD, la penicilina, los post-it, la Viagra o el principio de Arquímedes, así como otros descubrimientos científicos, fueron fruto de la serendipia. Según Umberto Eco, la llegada de Cristóbal Colón a América también, puesto que él creyó haber alcanzado la India. El término deriva del inglés serendipity, neologismo a partir de un cuento tradicional persa, en el que los tres príncipes de la isla Serendip solucionan sus problemas por casualidad. Serendip es uno de los mil nombres con los que se ha llamado a la antigua Ceilán, hoy Sri Lanka.

Estuve en Sri Lanka hace cinco años y, salvo Colombo -capital horrible-, me pareció un lugar exótico y raro. El tsunami del 2004 había dejado 40.000 muertos, y junto a las playas paradisíacas se extendían campos con cruces de madera. Apenas quedaba rastro de las antiguas cabañas de barro, sustituidas por pequeños hoteles de cemento, algunos en obras, con su piscina y chiringuito, donde podías tomarte una cerveza Lion. Todo era muy barato y de postal. Pero reconocí, en aquella ansia por venderse al turista, una falta de respeto por la propia tierra que también se ha dado en otros lugares, como Mallorca desde los años 50, o Barcelona ahora. Por irreversible, esa construcción acaba siendo destructiva, valga la paradoja.

Bueno, pensé, tienen que reponerse del desastre. Si han sido víctimas de la propia naturaleza, cómo no van a devolverle el golpe. Se trata de sobrevivir. Ahí están los lujos y comodidades para el que se los pueda permitir, que, a su vez, da dinero a quien lo necesita. Salvados por el turismo. Estábamos en una carretera aparentemente desierta, cuando el conductor (al que a veces llamábamos Yayanta y otras Stuti, palabra que significa gracias en cingalés), hombre que conducía despacio y muy mal, y cuyo claxon pitaba cada vez que giraba el volante por una mala conexión, adelantó a un camión cargado de troncos por la derecha, metiéndose en algo así como un arcén pedregoso.

Oímos un clonc feo en los bajos del coche, y al cabo de unos minutos nos quedamos tirados en medio de la nada, goteando aceite. De repente, apareció un quiosco en el que solo vendían Coca-Cola tibia. Apareció un niño pidiendo limosna. Aparecieron dos chicos, ataron el coche a una furgoneta con una cuerda y lo arrastraron hasta un agujero de un metro y medio de profundidad. Se metieron en él y desde allí arreglaron el motor. Mi compañero y yo flipábamos: qué casualidad que pasaran por aquí unos mecánicos y hubiera un agujero en el suelo de esas dimensiones, con qué facilidad habían improvisado un taller.

Nuestros problemas se solucionaban como en el cuento tradicional persa, por pura coincidencia. Mientras, íbamos colgando fotos de todo el proceso en Facebook. Estábamos perdidos en ninguna parte, sí, pero teníamos conexión a internet y se lo podíamos enseñar al mundo entero.

Anocheció. Murciélagos gigantes cruzaron el cielo. Dicen que, en tan solo cinco años, Sri Lanka ha dejado de ser así como la recuerdo. Ahora todo es muy caro y en las playas, entonces casi vírgenes, se alzan grandes resorts. Igual que pasa en Mallorca o Barcelona, no es cierto que todos hayan hecho negocio. El turismo, como la construcción, solo te salva por temporadas y a un precio que, a la larga, suele salir muy caro. Por eso es difícil de gestionar, porque uno lo que quiere es dinero rápido, muy rápido, ya, y se presta a una ludopatía en la que lo que se juega es la identidad. No sabe ni cómo ni cuándo parar. Es como quien vende su alma al diablo.

La palabra serendipity cayó en desuso hasta que dio título a una película del 2001 protagonizada por John Cusack Kate Beckinsale. Apenas se utiliza en castellano. Resulta curioso que el diccionario de la RAE la incorpore precisamente ahora que ya no cabe el azar. El GPS nos conduce por los lugares más recónditos, Google guía nuestras búsquedas, las redes sociales nos encarrilan en la selva de la información y el amor está perfectamente clasificado en las webs de contactos.

Todo está dirigido, todo está controlado, encasillado. Incluso los aceleradores de partículas provocan accidentes a propósito porque es ahí, en el encuentro fortuito, en el choque, donde se halla el descubrimiento. La casualidad pierde su espacio.

La serendipia nunca fue tan improbable como ahora. Por eso habrán pensado que, si tiene que desaparecer, estaría bien conservar por lo menos su palabra en un diccionario. Para que no se pierda como lo ha hecho ya esa isla de los mil nombres que la bautizó.