Un enclave catalán en Italia
Catalunya sarda: el futuro
Los habitantes de Alguer dicen, con absoluta seriedad, que 11 millones de europeos hablamos el alguerés
Salvador Giner
Sociólogo
SALVADOR GINER
La aspiración de todo catalán es ir algún día a Alguer. Conscientes de nuestras fronteras, divididos en cinco territorios administrativos -Catalunya, Valencia, la Catalunya Nord, la Franja y Alguer-, todos tenemos cierta inquietud de que tal vez ha habido un fracaso histórico que ha impedido tener un Estado propio. Una ley sociológica dice que todas las naciones aspiran a tener un Estado. Es también nuestro caso. Y el de muchos otros pueblos y comunidades étnicas o culturales. No todas lo han conseguido.
En mi caso un poco tardíamente, he visitado el enclave de los catalanes en el noroeste de Cerdeña, Alguer. En pleno siglo XXI es orgullosamente catalán. Fue poblado por catalanes tardíamente, en 1353, como fruto de la victoria naval catalana contra el enemigo permanente, Génova. La lucha para dominar el Mediterráneo occidental, y también el comercio con Oriente entre Barcelona y Génova, encontraba así una finalidad o una tregua que debería ser coronada por la consolidación del imperio mediterráneo de la Corona de Aragón con Sicilia, Nápoles y otros dominios. Todo acabó mucho más tarde, cuando el Imperio otomano, imparable, se extendió por todo el Mediterráneo y arrastró a todo el mundo -excepto a los venecianos- a la catástrofe económica. Ni siquiera la batalla de Lepanto consiguió devolver la situación anterior de prosperidad a los catalanes. Era la hora de Castilla y Portugal, abiertos en el frente atlántico europeo.
Testigos mudos
Quedan castillos y palacios con las cuatro barras, como el de Nápoles, como testigos mudos de lo que fue aquel dominio marítimo catalán. Y un testimonio vivo y próspero, Alguer. La pequeña ciudad catalana ha permanecido fiel a su lengua y a nuestra mentalidad trabajadora, contenta de llamarse Barceloneta con el afecto de sus hijos. Para los que querrían detener las corrientes potentes de la historia, pensar en Alguer era sentir ya la angustia de una futura nostalgia, pues la potencia cultural y educativa del Estado italiano -tan poco comprensivo, por obvias razones, con la rica variedad étnica de Italia, una de las más grandes de Europa- y las tendencias de la modernidad debían socavar la catalanidad algueresa. Pues bien, afortunadamente esto no es exactamente así.
Las fuerzas de la modernidad son a menudo ambivalentes. En efecto, Alguer era hace unos decenios un lugar lejano al que raramente los catalanes iban, y cuando lo hacían eran visitas aisladas. (Por ejemplo, hace muchos años tuvo lugar un congreso de médicos y biólogos de lengua catalana en Alguer). Estos vínculos eran aislados y no cambiaban casi nada más allá de su carga simbólica potente. (Por su parte, los gobiernos españoles nunca se preocuparían de este hispánico rincón del mundo). Estas mismas fuerzas, hoy, permiten relaciones inesperadamente estables. En Alguer precisamente hay un aeropuerto importante que comunica a los sardos con Roma, pero también diariamente con Girona y Barcelona. Cada día zarpa un gran barco desde una u otra parte, lleno de catalanes de ambos lados. Algunos universitarios, quizá no los suficientes, estudian en Catalunya. (Los programas Erasmus facilitan que nadie tenga que hacer toda la carrera en una sola universidad europea). Las televisiones, la prensa y el deseo de conocer tierras propias que son lejanas no solo mueven a la gente de un lado, sino a la de los dos. Algunas instituciones culturales catalanas tienen también representación en Alguer. Nuestra academia, el Institut d'Estudis Catalans, abrirá pronto una sede allí, como las que tiene en Perpinyà, Valencia y las Baleares.
Sentimientos hacia el 'cap i casal'
Finalmente, está el prestigio de Barcelona. Todos los catalanes tienen sentimientos complejos por lo que respecta al 'cap i casal'. Se entiende. La posibilidad de identificarse con una urbe, una lengua, una civilización y una potencia industrial y comercial como la que representa Barcelona es algo esencial para todos los catalanes, sean de donde sean y aunque refunfuñen por una imaginaria prepotencia de nuestra gran ciudad cosmopolita. ¿Dónde estaríamos si no la tuviéramos? No solo la fuerza del catalanismo, y la del soberanismo, quedarían heridas de muerte o reducidas al folclore si la ciudad de Barcelona no existiera. Y es por eso que los alguereses denominan Barceloneta a su ciudad. Y también es por eso que nos dicen, con absoluta seriedad, que el alguerés lo hablamos unos 11 millones de europeos. En efecto, amigo lector, tú y yo hablamos alguerés. Que sea por muchos años.
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