LAS LECCIONES DE LA HISTORIA

El Sis d'Octubre y la tercera vía

Quizá hoy, como en 1934, después de tanto teatro llegar a un acuerdo puede no servir de mucho

JOAN ESCULIES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Demasiado a menudo el uso de las rayas de la contracubierta de un libro para reforzar determinados argumentos en vez de leer su contenido conduce a conclusiones inexactas. Esto, o quizá una lectura apresurada del texto, es lo que ha sucedido con el dietario 'Antes del Seis de Octubre' (2008, Acantilado / Quaderns Crema). La obra recoge la visión, entre mayo y septiembre de 1934, del abogado Amadeu Hurtado sobre el proceso de su defensa como comisario de la Generalitat ante el Tribunal de Garantías Constitucionales de la ley de contratos de cultivo aprobada por el Parlament catalán y que el Gobierno español había recurrido al considerarla inconstitucional. La contra del libro, que ya se entiende que debe ser un anzuelo por el comprador, señala que la Generalitat "se desentendió de cualquier fórmula transaccional que habría permitido resolver favorablemente el pleito, y se dejó arrastrar por la creciente confrontación entre derechas e izquierdas".

A partir de esta idea el dietario, encabezado por un prólogo titulado 'Un catalanista partidario del pacto'de Amadeu Cuito Víctor Hurtado, se ha erigido en referencia obligada para los columnistas partidarios de la llamada tercera vía. Una y otra vez se cita la obra para argumentar que cualquier decisión unilateral y prescindir del orden constitucional vigente puede tener consecuencias nefastas para la autonomía catalana. La advertencia, con Amadeu Hurtado como padrino, se dirige como una gota malaya desde hace al menos un par de años al presidente de la Generalitat, Artur Mas, y a las formaciones catalanistas favorables a la secesión. Y se les recuerda que siempre existe un terreno posible para la negociación y el acuerdo, a partir de la voluntad de las partes. El listado de autores que la han usado en este sentido es infinito.

El caso es, sin embargo, que tal y como que el mismo Hurtado anota en la entrada del 13 de septiembre, dos días antes de concluir el dietario, los separatistas encuadrados en el propio partido de Companys, los pertenecientes a las Juventuts d'Esquerra Republicana d'Estat Català (JEREC), lo acusaron de «haber engañado al pueblo en este asunto de la ley de cultivos, fingiendo gestos heroicos para acabar poniéndose a las órdenes del Gobierno central hasta anula una ley catalana que se había obligado a defender». Y es que, como escribió el abogado, tras gesticular para no verse superado por las críticas de los propios rabassaires, a los que debía favorecer la normativa, y para fortalecer su perfil reformador frente a los sectores obreristas, el presidente de la Generalitat sí pactó con el Gobierno español. Companys aceptó introducir en su ley de contratos las demandas del gobierno de Ricardo Samper. Y hasta parece que el acuerdo final contó con el visto bueno de la Lliga, que fue quien en primer término empujó a Samper a llevar la ley al Tribunal de Garantías Constitucionales.

Además de otras dinámicas en Catalunya y el conjunto de España, fue precisamente la voluntad de la Lliga de volver a la cámara catalana el 1 de octubre de 1934, después de nueve meses de ausencia, lo que precipitó la entrada de la Confederación Española de Derechas Autónomas en el Gobierno español. Sabían muy bien los de José María Gil-Robles que esto propiciaría la insurgencia obrerista, destinada de antemano al fracaso, en toda España. La CEDA no estaba nada interesada en que el pleito de la ley -absurdo, como muy bien recoge Hurtado- se resolviera: solo quería la anulación. Y, por tanto, a partir del día 4 de octubre su entrada en el Gobierno español con tres ministros suponía que el Ejecutivo catalán tenía que poner el contador a cero y volver a negociar la ley de contratos porque las gestiones de Hurtado eran papel mojado.

Algunos, como Josep Tarradellas y numerosos cuadros de la propia Esquerra Republicana de Catalunya, hubieran preferido cargarse de paciencia y volver a negociar. Companys, con una situación personal complicada y numerosos frentes políticos abiertos, no supo encontrar otra solución que apoyar a los insurrectos y jugarse la autonomía con la proclamación del Estado catalán dentro de la República Federal Española. Se equivocó, sí, pero recibiendo críticas había pactado la ley de contratos como recomendaba Hurtado. Quizá el aviso más pertinente del dietario para la situación actual no radica en la justificación de la búsqueda del pacto que hacen los columnistas de la tercera vía, sino el que señala que después de una dosis demasiado elevada y sostenida en el tiempo de teatralización de la política por parte de los ejecutivos catalán y español, llegar a un acuerdo hoy, como en 1934, puede no servir de mucho.