La gestión pública en las sociedades democráticas

¿Y si lo llamamos política y ya está?

Aunque ahora esté menospreciada, la política sigue siendo la solución a muchos de nuestros males

Ernest Benach

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Este verano he releído textos políticos de diversas épocas. Tomo prestada unas frases de Defensa de la democracia, recopilación de textos de Antoni Rovira i Virgili publicada en 1930: «El régimen político perfecto no solo está por descubrir, sino que no se descubrirá nunca. Por eso es fácil la crítica negativa de cualquiera de los regímenes conocidos. El régimen democrático no es una excepción en la regla. Y aquellos demócratas idílicos que han presentado la democracia como fórmula segura para la felicidad de los hombres y de los pueblos le han hecho tanto daño como sus enemigos irreconciliables (...) El error de los demócratas idílicos y los ácratas filosóficos es creer en la bondad natural del hombre y en su perversión por efecto de la opresión autoritaria (...) Si el hombre fuera bueno por naturaleza, habría comenzado por no establecer los regímenes opresores».

Y leyendo, leyendo, he hallado un hilo conductor desde la antigua Roma hasta algunos textos de los primeros presidentes de EEUU, pasando por crónicas de la Edad Media y también por nuestra República. Y este hilo conductor es la política ya que en las épocas visitadas se expresan ideas que hoy pasan por ser nueva política, cuando en algunos casos ya hace siglos que se expusieron.

La nueva política contrapuesta con la vieja política, he aquí el paradigma que ahora trastorna muchos estadios del debate político a nivel institucional, mediático y también al nivel más popular, sea en las redes sociales, sea en el café del pueblo.

La vieja política es sinónimo de corrupción, de falta de transparencia, de decisiones tomadas desde las élites sin capacidad de intervención, de privilegios para unos pocos, de componendas que terminan por romper voluntades. Está claro que hay que tomar medidas para cambiar cosas, de verdad. Porque una de las máximas que se podría aplicar a todo esto que se conoce como la vieja política sería aquella famosa frase de Il gatopardo: «Algo debe cambiar para que todo quede igual».

Algunas ideas muy elementales y vinculadas al propósito de cambio se empiezan a dibujar, aunque la primera premisa para hablar de cambios de futuro es que todo, sin excepción, esté sujeto a ser cambiado para ser mejorado. De entrada debería haber un elemento diferenciador fundamental, cumplir con la palabra dada y hacer que las cosas pasen de verdad. Las promesas y las palabras a menudo se las lleva el viento en la arena política.

Antonio Gramsci decía que la verdad era una auténtica acción revolucionaria. Pues bien, la verdad en la política puede tener varias lecturas, todas ellas necesarias en esta concepción de la política que hay que fomentar. De entrada, la verdad siempre es necesaria y también tiene mucho que ver con la transparencia, con la honestidad y con la coherencia.

Por otra parte, los mecanismos de participación y de implicación de la ciudadanía con la política, siempre han formado parte de los programas electorales y los discursos, pero la concreción de ello no ha sido nunca clara, empezando por los partidos y terminando por las instituciones, a pesar de algunos intentos honorables. Y aquí hay una oportunidad muy grande. Se ha hablado a menudo de la democracia participativa como referente de la democracia de finales del siglo XX, aunque el concepto no tuvo éxito como hubiera sido necesario. El siglo XXI nos propone la política deliberativa, mucho más compleja, pero al mismo tiempo mucho más justa, ética y equitativa. Y fruto de esta implicación de la ciudadanía, fruto de este debate que debe haber en el seno de la sociedad es cuando podemos ver medidas concretas en forma de leyes y también de acciones de gobierno en todos los niveles y ámbitos posibles.

Vivimos tiempos de cambios profundos, pero para que sean cambios efectivos, que nos permitan construir una nueva sociedad con muchos menos defectos que la actual, es indispensable la política. Y no se trata de la vieja ni de la nueva política. Sencillamente, la política. Otra cosa son las buenas y las malas praxis que hay, ha habido, y por desgracia, habrá. Solo hay que ver cómo algunos de los que tanto predican la nueva política terminan por adoptar alguna de estas malas praxis tan características de la vieja política con una facilidad sorprendente.

Mira por dónde, ahora que está tan menospreciada, minusvalorada y criticada, la solución a muchos de los males que padecemos es ni más ni menos que la política, este difícil arte de gobernar las sociedades. También lo decía Rovira i Virgili: «Hay mucha parte de verdad en aquella famosa máxima que dice que los males de la libertad con la libertad se curan. Lo mismo puede decirse de la democracia». Y yo añadiría, y de la política.