Al contrataque
Medida por medida
Los políticos harían bien en escuchar a quienes no disponen de altavoz
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
Ángeles González-Sinde
El domingo fui al teatro. Vi Medida por medida de Shakespeare en la versión de unos extraordinarios actores rusos dirigidos por el no menos extraordinario Declan Donnellan. Entre el público estaba Mario Vargas Llosa, que, como sabemos, empezó a escribir en el colegio por amor al teatro. Viendo la función en la que Shakespeare dibuja a un gobernante que deja el poder para hacerse pasar por un fraile corriente y conocer su administración desde el otro lado, me dio por pensar en el viaje inverso, el que en ocasiones ciudadanos comunes han hecho aceptando cargos o postulándose para ellos, como el propio Vargas Llosa cuando hizo campaña para la presidencia de Perú, o Gilberto Gil, Jorge Semprún, Melina Mercouri, Rubén Blades y otros entre los que me cuento, siendo ministros.
En la comedia de Shakespeare, como en la vida, ese es un viaje que no tiene retorno. En la ficción, el trayecto es positivo y la experiencia del otro lado del espejo ayuda al bondadoso duque Vincenzo a ser magnánimo en la administración de justicia, a reparar en lo posible los desequilibrios, pero también a castigar a los corruptos y no hacer la vista gorda como hasta el momento parecería que hacía. Es crucial en este proceso Isabella, uno de los pocos personajes femeninos del teatro clásico con iniciativa propia, una mujer que es monja, luego está libre de las convenciones de la maternidad, de la sexualidad y de la sumisión de una esposa.
En la realidad, sería interesante hacer un sondeo entre esos civiles que entraron por un periodo breve en política y averiguar si su periplo tiene saldo positivo o bien el contacto con las instituciones les dejó vacunados de por vida. Eso requeriría menos vociferio y más capacidad de escucha, la cualidad mayor precisamente del duque Vincenzo. Para él todos los relatos y todas las voces tienen la misma credibilidad e importancia: el preso como el carcelero, su primer ministro como una ciudadana indignada. No es así siempre. Hay voces que nunca llegan a los despachos ministeriales, sea porque son filtradas por el entorno, sea porque se emiten en ámbitos alejados que el alto cargo dejó de frecuentar hace tiempo. Otras voces, en cambio, cobran un volumen ensordecedor, como los diarios, la radio y, en menor medida, la televisión.
Los que no tienen altavoz
El político, con su afán de agradar, de seducir, de convencer, vive pendiente del reflejo que de sí y de su tarea le ofrece cada mañana el dosier de prensa. Sin embargo, cuanto mejor sería que, como el duque, escuchara bien a quienes sin altavoz están hablando. Celebro que el martes pasado la voz de las mujeres que defendían el derecho al aborto fuera escuchada.
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