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Convergencia y unión

Risto Mejide

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Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que las cosas tenían una sola función. Un teléfono era un teléfono, y no servía para otra cosa que no fuese comunicarse con otro teléfono. Una cámara de fotos era una cámara de retratar, punto pelota. Y una agenda era tan inteligente como lo fuese su propietario. Ni más ni menos.

Como explica Bill Bryson en su libro En Casa, al final las cosas son fiel reflejo de las personas que hacen uso de ellas. Son nuestras intenciones cosificadas. Rutina en estado sólido. Y tal como ocurre con el camino más corto sobre cualquier césped, podemos saber mucho de nosotros mismos simplemente observando nuestras herramientas, y sobre todo cuánto y cómo las utilizamos. Porque al final, nos daremos cuenta de que nos utilizan ellas a nosotros en cierto modo  también. Es una relación interesada. El gen es egoísta, el meme es egoísta y las cosas no van a ser menos. Su única forma de perpetuarse consiste en reencarnarse mudanza a mudanza, trastero a trastero, de armario en armario, de generación en generación.

Pero la vida se complica, igual que se complica cualquier relación. Y al final, uno acaba exigiéndole a la misma persona una oferta multifunción.  Ahora que eres amante, seamos también amigos, ah y acompáñame en la vida, espera, y además quiero que me estimules intelectualmente, eh pero sorpréndeme cada día, no me digas que no te llevas bien con mis amigos, ésta es mi madre ¿eso de ahí es un delantal? Nace el concepto de convergencia, ya sea tecnológica o vital, que no dejan de ser una perversión. El famoso ya que estamos. El nefasto más difícil todavía. El maldito y ahora verás.

La otra persona, que lo único que pretende es no perder sus privilegios, hace lo que puede por adaptarse a semejante abuso de concentración de carteras. Y un día, sin venir a cuento, nos damos cuenta de que no. De que nos hemos equivocado. Porque no lo hace todo tan bien como pensábamos. Y los hay que hasta vuelven a la divergencia, que es una forma fina de decir que se buscan un amante.

Un día, nuestro teléfono se convirtió en nuestra cámara. Y desde entonces se acabó la necesidad de seleccionar qué valía realmente la pena ser retratado. Y méritos como el de pasar a la posteridad, o el de estar en el lugar correcto en el momento adecuado con el equipo necesario, perdieron todo su valor. Además, eso nos convirtió a todos en becarios del paparazzismo. Pero es que luego, ese mismo gadget asumió también las funciones de principal y casi único reproductor de música de nuestras vidas. Se quedó con el monopolio de nuestra banda sonora. Nacionalizó nuestros momentos de evasión. Y desde entonces, se acabó algo tan fundamental como las llamadas con música de fondo. Cuánto daño habrá hecho la convergencia en las conversaciones telefónicas entre amantes y amados.

Y lo peor no es eso. Lo peor es que si estás en contra de la convergencia, parece que estés en contra del progreso y de la evolución. La convergencia se ha apropiado del concepto de lo que está bien. Y hay un consenso generalizado en que dos funciones son siempre y en todo caso mejores que una. Eso es porque aún hay gente que no ha hecho suficientes tríos. Gente que cree que su batería podrá con todo. Y luego, pasados los 30, te das cuenta de que no.

Yo lo que siento es que haya cada vez más convergencia y menos unión. De hecho, creo que cuanta más convergencia tenemos, lo que observo en términos generales es menos unión. Igual es que para unirse de verdad hace falta simplificarse, quitarse de encima todo aquello que no resulte imprescindible, desapuntarse de lo superfluo. Igual es que, a veces, más es menos y mucho es aún peor.

Y mientras, tú, pensando que te iba a hablar de política.

Lo ves como estamos fatal. H

por Risto Mejide