La economía y los ciudadanos

¿Existe éxodo rural en Catalunya?

Desde 1991 ha disminuido la población en 162 municipios, una cuarta parte de la superficie del país

FRANCESC REGUANT

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Este verano muchos hemos aprovechado para acercarnos a la Catalunya rural. Sin embargo, el boom de este turismo es un fenómeno relativamente reciente, porque durante muchos años la ciudad vivió de espaldas a su entorno rural. Recuerdo que, cuando la inauguración del túnel del Cadí, en 1984, un diario dijo que era un túnel que no conducía a ninguna parte. Hoy a nadie se le ocurriría decir esto; han pasado muchos años y han pasado muchas cosas. Pero el estereotipo de una sociedad rural envejecida y en decadencia ha permanecido. ¿Es eso cierto?

A partir de 1955, coincidiendo con la mecanización agrícola, se produjo una fuerte emigración rural hacia la ciudad, pero este fenómeno se moderó en los años 70, y en los 90 se entró en clara recuperación a partir de una diversificación productiva orientada a la agroalimentación y a los servicios. Globalmente, las comarcas rurales, definidas según criterios de la OCDE, tienen hoy más población que en 1955. Es decir, la Catalunya rural no ha perdido población o, si la había perdido, la ha recuperado.

Sin embargo, un análisis por comarcas rurales nos ofrece conclusiones diferenciadas. En primer lugar, las comarcas con predominio de la agricultura de regadío no han sufrido despoblación en ningún momento, con crecimientos cercanos a las áreas urbanas, algo que debería hacer reflexionar a los responsables de las políticas territoriales. En segundo lugar, el factor montaña y el factor aridez han sido decisivos en la pérdida de población; es decir, es aquí donde la actividad agraria ha tenido mayores dificultades para competir. En concreto, ocho comarcas, aunque en proceso de recuperación, todavía no han alcanzado la población de 1955. En tercer lugar, la articulación de una estructura agroindustrial a partir de la ganadería intensiva ha sido un factor de impulso y sostenimiento de la población en comarcas en dificultad. Finalmente, la mejora de las comunicaciones convencionales y telemáticas ha facilitado sinergias urbano-rurales que han abierto nuevas oportunidades en servicios turísticos, deportivos y medioambientales y en producciones agrarias dirigidas a mercados de proximidad. El atractivo residencial de las comarcas rurales ha pasado a ser un factor estratégico clave, y eso significa comunicaciones adecuadas, servicios completos de calidad y un cuidado exquisito del entorno natural y del paisaje.

Hasta aquí, tal parece que el éxodo rural es cosa del pasado. Sin embargo, una aproximación a nivel de municipio aporta nueva información. Desde 1991, un total de 162 municipios de las comarcas rurales siguen perdiendo población. Ello tiene una importancia poblacional muy reducida (algo más de un 1% de Catalunya), pero representa ni más ni menos que una cuarta parte del territorio. Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿tiene sentido abandonar el 25% del territorio a un proceso de deterioro creciente en los distintos niveles económico, social, humano, patrimonial, paisajístico…? Este territorio que hemos desheredado contiene importantes recursos susceptibles de una explotación sostenible, tiene un potencial de producción agraria y forestal que necesitamos, es básico para la gestión del agua, para la producción de energía, para el equilibrio territorial en una nueva realidad más desconcentrada, y tiene una función medioambiental primordial.

Pero para defender este territorio, su medio natural, su paisaje y su patrimonio cultural y arquitectónico, es preciso que esté vivo. Para eso existen políticas de desarrollo rural, pero me gustaría poner el énfasis en dos aspectos: comunicaciones y agricultura.

Los municipios que se encuentran hoy en regresión ocupan normalmente la periferia de nuestra red de comunicaciones convencionales. Se ha mejorado mucho en este aspecto, pero todavía existen lagunas que claman al cielo. Los caminos rurales son clave, son los capilares del territorio. Pero para sostener la población, estos municipios tienen que contar con buenos servicios en el entorno cercano, y eso exige impulsar las centralidades comarcales para que ganen masa crítica. Para ello las comunicaciones transversales, donde también se ha avanzado mucho, son esenciales al romper la estructura radial (centrada en Barcelona) y facilitar cierta redistribución de los centros estratégicos.

Finalmente, observar que -salvo excepciones- solo la agricultura otorga estabilidad a una ocupación sostenible del territorio, y es la agricultura lo que por su propia actividad aporta un conjunto de bienes públicos de carácter medioambiental y paisajístico, facilitando además la implantación de otras actividades. Para ello, y para salvar las dificultades naturales, esta agricultura debe orientarse, vía calidad, a producciones de mayor valor añadido, en sinergia con una economía más diversificada. En eso estamos.