El proceso soberanista

Trimestre fulgurante

Nos esperan unos meses con unos fuegos artificiales que nos distraerán lo suyo pero no serán inocuos

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XAVIER BRU DE SALA

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Muchas de las cosas que pasarán en los próximos meses son comparables a unos fuegos de artificio, con la particularidad de que los fuegos artificiales son de fiesta y estos, aunque nos van a distraer lo suyo, no serán inocuos. Más de uno y más de 10 pueden acabar mal. El llamado proceso soberanista terminará con la (no) celebración de la consulta. Entraremos en otra etapa política y social, centrada en los pros y contras de la independencia y en las hojas de ruta para conseguirla.

La legislatura del famoso derecho a decidir habrá llegado al punto culminante el día que el Diari Oficial de la Generalitat publique el decreto de convocatoria de la consulta firmado por el president Mas con la famosa doble pregunta. No parece que le vaya a temblar el pulso, pero será muy consciente de la importancia histórica del momento. El pueblo catalán convocado a las urnas para decidir su futuro. Aunque el resultado no vaya a ser vinculante, la convocatoria será oficial y responderá al ordenamiento jurídico constitucional vigente. Aunque el Gobierno central interponga y gane los recursos anunciados, los efectos políticos serán muy relevantes. Tanto si se celebra como si no, habrá un antes y un después del 9-N.

Mientras llega el día, asistiremos a un crescendo de manifestaciones confrontadas. Gustosamente o no,  desde unas u otras posiciones, todos participaremos en eso. La objetividad y la ecuanimidad sufrirán las consecuencias negativas de la exaltación de los ánimos. Para empezar, y sin tener en cuenta los hechos, el cercano 11-S será valorado por los convocantes y por los soberanistas como un éxito comparable a las dos anteriores fiestas aunque sea menor, mientras que los contrarios ya se relamen, con mayor impudor, por una bajada del suflé que dan por incuestionable y equivalente, ya antes de celebrarse el 11-S, al fracaso del reto independentista. Fuegos de artificio confrontados, por encima de una marea que nadie con dos dedos de frente puede negar ni tampoco contener sin encarrilar.

Ya antes de comprobar si la V desborda o no ha estallado con estrépito la confrontación entre los soberanistas. Todos pretenden ejercer la máxima presión cara al 9-N, pero mientras el president Mas se ha mostrado siempre propicio a acatar la legalidad, y por lo tanto la anunciada prohibición, otros pretenden no hacer caso de los tribunales y poner las urnas igualmente, en un desafío que podría acabar en insurrección. Hay que tener una barra entera de pan en cada ojo para negar la división entre los partidarios del orden y los apóstoles del desorden. Más todavía ahora que Oriol Junqueras ha cambiado de bando y ha conminado a Mas a la

desobediencia, so pena de hacerle caer y arrastrarlo a los pies del independentismo más impaciente.

Quizá se trate de unos fuegos de artificio previos. Quizá se pondrán de acuerdo sobre una acción simbólica en caso de prohibición. Todos la dan por hecha, pero la niegan con la intención de enardecer y quedar como víctimas a las que se niega el más elemental y natural de los derechos. Si el president de la Generalitat no ejecuta la convocatoria, las organizaciones civiles y los partidos -CiU incluida- podrían organizar un tipo de acción simbólica de protesta en la calle, con urnas y papeletas de feria pero de efectos mediáticos relevantes. El 9-N habrá en Barcelona más prensa internacional que cuando los Juegos Olímpicos, y se va a aprovechar.

Aunque este pronóstico se cumpliera, cosa que no extrañaría a nadie, la división de fondo persistiría y se acentuaría. Si no da marcha atrás a las declaraciones que han inaugurado el curso político, cosa que extrañaría a todo el mundo, Junqueras se dispone a disputar a Mas el liderazgo del independentismo. La táctica, exigir la convocatoria inmediata de elecciones plebiscitarias al amparo de la ebullición social -real, figurada o desfigurada- y en caso contrario abandonar a Mas y denunciarlo como un segundo pero más disimulado Cambó.

Si la secuencia se asemeja poco o mucho a la previsible, Mas deberá decidir entre tres opciones. La primera y menos probable, dar la razón a Junqueras, alargar la agonía y ponerse en manos del PSC en el Parlament, o sea del PP en Madrid. La segunda, ya no tan improbable, sucumbir a las presiones, anunciar las plebiscitarias para una fecha cercana, formar un Govern de unidad y que Junqueras decida si hay candidatura unitaria, con Mas de número uno, o le despide y se dispone a encabezar la siguiente etapa. La tercera y quizá más probable, alargar hasta donde pueda la legislatura, disputar el liderazgo del independentismo a Junqueras, tallarse un partido a medida y actuar como el escocés Alex Salmond pero a la catalana.

Pase lo que pase, el trimestre fulgurante se habrá acabado mucho antes de Navidad.