CUADERNO DE VERANO

Un 'caballero' brillante por fuera, hueco por dentro

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Rosa Massagué

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 El Festival de Salzburgo celebra a uno de sus fundadores, a Richard Strauss, en el 150º aniversario de su nacimiento con la ópera 'Der Rosenkavalier' ('El caballero de la rosa'). Ambientada en la Viena de 1740 durante el reinado de Maria Teresa, el autor la definió como "comedia musical" y ciertamente está llena de situaciones cómicas, enredos, engaños, personajes travestidos y puertas en constante movimiento.

Sin embargo, bajo la apariencia de farsa la obra es una reflexión sobre el paso del tiempo. El que descubre la Mariscala, después de una noche loca con su jovencísimo amante Octavian, mirándose al espejo que le devuelve la imagen de una mujer ya madura, y el que convierte al galán casi adolescente en un adulto que descubrirá el amor en una muchacha, en Sophie.

Son dos transiciones inexorables. Marcan el fin de una etapa en la vida de los protagonistas y el inicio de otra. También es el fin de una época en una sociedad que ve cómo aparece una nueva clase, la aristocracia del dinero representada por el padre de Sophie, el recién ennoblecido Herr von Faninal, junto a la vieja aristocracia, la del linaje histórico a la que pertenecen la Mariscala y su primo, el zafio barón Ochs. 'Der Rosekavalier' es también el retrato idelalizado de una Viena imperial desenfadada, feliz, con sus múltiples intrigas e intrigantes, y su alegría de vivir.

El compositor y el libretista Hugo von Hofmannsthal escribieron la ópera en los años inmediatamente anteriores al inicio de la primera guerra mundial. Se estrenó en Dresde en 1911, tres años antes de que un joven nacionalista serbio asesinara al heredero del trono austriaco en Sarajevo incendiando con ello toda Europa. De ello hace ahora cien años.

Con esta efeméride en mano y la idea de fin de una época, el veterano director de escena Harry Kupfer firma un 'Caballero de la Rosa' trasladado a la época en que fue escrito, es decir a los incios de la segunda década del siglo XX y convierte a Viena casi en un personaje más de la obra con unas reproducciones fotográficas de varios puntos de la ciudad hechas a gran escala, proyectadas al fondo del enorme escenario del Grosses Festspielhaus. Con este espectacular telón de fondo, todo le demás --los decorados, el mobiliario, el movimiento giratorio del escenario-- es rutilante con un dominio de los tonos plateados.

Pero detras de tanto brillo, la idea de acoplar el cambio de época del siglo XVIII a  inicios del siglo XX no va más allá. La lectura que hace Kupfer se queda en la superficie, en la imagen visual que es muy trabajada, pero que aporta escaso contenido a una producción que sobre el papel parecía prometedora.

En este decorado los cantantes se mueven un poco perdidos, contagiados de la hermosa frialdad que destila el decorado. Krassimira Stoyanova, una soprano más verdiana que straussiana, interpreta a una Mariscala altiva, una mujer madura que no parece haber hecho las paces consigo misma ni con el tiempo que no puede detener. Sophie Koch era Octavian hace diez años en Salzburg y vuelve a serlo ahora. Es uno de sus grandes personajes, pero ahora su interpretación del caballero que entrega la rosa desprende rutina y cansancio. Mojca Erdmann cantó Sophie con un incipiente resfriado

Uno de los momentos más intensos y esperados de esta obra es el momento final cuando la Mariscala, Octavian y Sophie asumen los cambios operados en sus vidas y lo hacen con un maravilloso terceto. Kupfer rompe la emoción e intensidad del momento cuando pone un automóvil que cruza el escenariod e punta a punta. 

Vocalmente, Günther Groissböck fue el mejor, pero a su interpretación le faltaba el punto de vulgaridad que requiere el baron Ochs, el aristócrata provinciano incapaz de entender la sofisticación de la capital de la que resulta víctima.

 Zubin Mehta debía dirigir este 'Rosenkavalier' pero se bajó del cartel hace algunos meses por problemas de salud. Franz Welser-Möst, el director musical de la Ópera de Viena, se ofreció para sustituirle. En alguna ocasión ha declarado sentirse muy a gusto con esta ópera. Será así, pero su dirección normalmente sosa también lo fue en esta ocasión. Los valses inacabados, rotos y desfigurados que Strauss compuso --él sí, brillantemente-- para su ópera, parecen, bajo la batuta de Welser-Möst, valses mal interpretados. Por suerte la orquesta es la Filarmónica de Viena y la soberbia calidad de estos músicos puede con todo, incluso con una dirección plana.

Y para acabar, una curiosidad. El anterior 'Rosenkavalier' presentado en Salzburgo fue en el 2004. En estos diez años, un joven que interpretaba el brevísimo papel del tenor italiano ha pasado a ser una de las grandes estrellas operísticas. Su nombre, Piotr Beczala.

Ópera vista el dia 5 de agosto.