monólogos imposibles

Esto hoy no toca

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JOAN BARRIL

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Hace calor en este largo verano del 2014. Es un calor que no tiene nada que ver con las masas, porque la gente ya no se acerca tanto a saludarme desde el día que conté lo de la herencia. Al fin y al cabo, la culpa es nuestra, de los políticos. Hemos hecho del cumplimiento con Hacienda poco más que un valor moral. Y además hemos hecho recaer toda la fuerza de la inspección en gente desheredada o en una clase media cada vez más media. Vaya: que les hemos dado todos los motivos para cabrearse y ahora ya no creen en nada. Lo de la independencia había sido una magnífica cortina multicolor para hacerles soñar. Pero ahora cualquiera puede acercárseme y decirme: “¿Cómo voy a creerme lo de la independencia, si al final los únicos que la vamos a pagar seremos los de siempre? Al fin y al cabo, ustedes, ya ven, cuando han de tributar se lo llevan al extranjero”.

He tenido demasiado poco tiempo y le he pedido a mis hijos que me ayuden. De tanto mirar al país no he querido fijarme en mis asuntos. Yo nunca voy por el mundo con dinero. Los días de Sant Jordi, si se había de comprar un libro, siempre tenía por allí a un jefe de prensa o a un 'conseller' de Cultura que pagaban por mí. Pero una cosa es el dinero ganado y otra la herencia. Mi padre dejó un testamento para mis hijos y mi esposa. Eran pequeños todavía. Y en esto de la política nunca se sabe. Hoy estás y mañana te fusilan como a un Companys cualquiera. Por eso dejé que se llevaran los dineros al extranjero. Y no hice caso de las amnistías fiscales. ¿Acaso yo tenía que rendir cuentas como cualquiera de esos defraudadores? Por más anónima que fuera la regularización, yo hubiera sido carne de telediario. Y me hubieran convertido en un tentetieso para descargar en mí todo el odio que sienten por mi Catalunya. Por eso no lo hice. Sé que ahora empiezan a darme la espalda. Sé que he creado decepciones y que ahora el pobre Artur no puede levantar la cabeza sin que nadie le sonría compasivamente por mis ocultaciones. Pero yo no quería caer en la trampa de mi propio desprestigio. Hace años, cuando los jueces estaban quietos y comían de nuestra mano, yo tenía un perro llamado Queralbs. De vez en cuando, Queralbs, que ya era mayor y ciego, se desorientaba por nuestra casa de Mitre y empezaba a ladrar. Entonces, Marta, mi esposa, me daba una patadita para que fuera a recoger a Queralbs y lo volviera a poner en su mantita. Era un mundo perfecto en el que las cosas pequeñas tenían tanta importancia como las grandes.

Pero los que se hicieron verdaderamente mayores fueron mis hijos. Se puede ser rico sin tener que dar cuenta de los resultados. Pero lo que no se puede es ser ostentoso. Porque en Catalunya la ostentación no se tolera. Pero ¿para qué quería mi hijo mayor una colección de coches cuando solo se puede llevar uno al mismo tiempo? ¿Cómo es posible que un tipo listo mostrara el contenido de una mochila repleta de billetes a su novia? ¿De qué manera se puede intentar sacarse un sobresueldo con lo de las ITV sin que nadie lo advierta? Miren lo que les digo: a veces pienso que Maragall tenía razón cuando nos dijo aquello del problema del 3%. Tal vez se quedó corto. Pero eso, como decía cuando estaba en el poder, hoy no toca. Hay cosas que a mí no deberían haberme tocado jamás. Y aquí estoy, sin poder, sin honorabilidad, sin sueños y sin mi perro Queralbs. Me queda, eso sí, mi familia. Para bien o para mal, pero mía.