La inversión en futuro

Los jóvenes, la nueva pobreza invisible

El pan de hoy en forma de 'minijobs' o empleo precario para universitarios es hambre para mañana

Los jóvenes, la nueva pobreza invisible_MEDIA_1

Los jóvenes, la nueva pobreza invisible_MEDIA_1

BEGOÑA ROMÁN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El nostálgico verso de Rubén Darío «juventud, divino tesoro» parece estar en descrédito en una fecha como hoy, en la que celebramos el Día Internacional de la Juventud: la juventud ni tiene un tesoro ni parece que lo sea. El 50% de la juventud europea está en paro o en precariado, que a efectos existenciales, los del sentido, es casi lo mismo. Hablando del sentido: la principal causa de muerte de los jóvenes en nuestro país, al descender el número de defunciones por accidentes de tráfico, es el suicidio.

En septiembre serán muchos los estudiantes, en su mayoría jóvenes, que no podrán costearse las tasas de la matrícula de grado, de máster o de doctorado y lo que conlleva (libros, ordenadores, desplazamientos, mantenimiento fuera de la casa familiar, etcétera). Ni el precariado al que los jóvenes se ven condenados les quita, pese a ser conscientes del problema, el deseo de querer seguir formándose. Pero no pueden. Las dificultades económicas les empujan a abandonar grados, posgrados, tesis doctorales, másteres... Solo unos cuantos pueden marchar al extranjero, y tampoco es que allí las expectativas sean muy halagüeñas.

Parafraseando a Aristóteles, «la pobreza se dice de muchas maneras». La juventud universitaria es un colectivo vulnerable prácticamente invisible, puesto que no se la acostumbra a relacionar con situaciones de exclusión social. Sin embargo, el joven universitario que quiere y no puede continuar formándose por falta de recursos económicos es un nuevo rostro de la pobreza. Mientras tanto, en la universidad seguimos hablando de la importancia del aprendizaje a lo largo de toda la vida... y luego no les dejamos llevarlo a cabo. Estas son nuestras contradicciones culturales, un malestar más de nuestra cultura.

Los jóvenes universitarios, las nuevas figuras invisibles de pobreza, no son atendidos porque, equivocadamente, se piensa que no lo necesitan: son jóvenes y sobradamente preparados. Y con toda seguridad, eso es lo que peor llevan: ¡es que ellos no han hecho nada mal! Estos jóvenes no son los llamados ni-ni que no han querido estudiar ni trabajar. No, nuestros jóvenes estudiantes son los que han cumplido con su deber: se han esforzado, han aprobado, y, conscientes del mercado laboral que reclama I+D+i, o por simple deseo y curiosidad de saber, quieren continuar formándose. Aparentemente, parece que se dan todas las circunstancias para cumplir esta voluntad de seguir formándose: quieren hacerlo, tienen derecho a eso (tal y como aprendieron con las teorías sobre la legitimidad y la democracia), y además tienen capacidades intelectuales para lograrlo. Pero no pueden de facto: el hecho es meramente económico. Y no encuentran alternativas.

Hablamos mucho de la importancia de la I+D+i, del capital intelectual, pero los jóvenes que quieren formarse (lo han de hacer toda la vida para estar en el mercado laboral) no pueden. Y lo que es peor: no están siendo ayudados. Si no pueden trabajar o trabajan mal (en precario), eso les impide estudiar bien. Si tampoco pueden irse al extranjero -donde para estudiar hay más becas que para quedarse-, piensan: «Al menos dejad que nos sigamos formando». Como se podía leer en el muro de Berlín, «las almas, como los cuerpos, también mueren de hambre».

No se trata de denostar otro tipo de ayudas y a otros colectivos, pero en la sociedad del conocimiento ¿tendremos que recordar la sabiduría popular? ¿Que no solo de pan vive el hombre? El pan para hoy (los minijobs) es hambre para mañana. Mañana, cuando el motivo del nuevo no a un puesto de trabajo ya no será la falta de experiencia o el exceso de títulos, sino que ya no serán jóvenes.

Hay que explicitar la necesidad de ayudas económicas a esos jóvenes, aumentar el número de becas y su dotación, ayudas de mecenazgo (con mejores desgravaciones fiscales) y todo tipo de facilidades para pagar sus estudios. Nos hace falta una puesta al día en estas políticas, las públicas y las privadas.

Waiting time, wasting time: para la juventud, el tiempo de espera es tiempo perdido o tiempo sin esperanza. No les hagamos esperar. Que la próxima solidaridad ciudadana sea con el capital intelectual. Es lo propio de una sociedad pensada y pensante: invertir en los jóvenes que garantizan la vitalidad del pensamiento. Claro que el mercado de trabajo es el que es, pero el deseo de aprender, de formarse, no debería estar ligado tan solo al mercado laboral. Ofrezcámosles las oportunidades que sin duda merecen. Crear capacidades es también un indicador clave para la riqueza de las naciones. Recuperemos el sentido del verso del inicio: «Juventud, divino tesoro».