La contienda

El sueño de Alfonso XIII

Alfonso XIII y su entonces novia, Victoria Eugenia de Battenberg, en 1906.

Alfonso XIII y su entonces novia, Victoria Eugenia de Battenberg, en 1906.

XAVIER CASALS

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España se declaró neutral en la Gran Guerra, al ser incapaz de realizar un gran esfuerzo bélico. Pero, como señaló el político Eduardo Aunós en 1940, «la guerra se le metió en casa», lo que tuvo importantes consecuencias. Después del desastre de 1898, el imperio español se reducía a una porción montañosa e indómita de Marruecos. El joven e impetuoso Alfonso XIII ansiaba engrandecerlo anexionándose Portugal y, en 1913, con 28 años y guiado por sus sentimientos aliadófilos, tanteó sin éxito el apoyo francés y británico a su proyectada Unión Ibérica.

PRUDENCIA DEL REY / Cuando en septiembre de 1914 Portugal se sumó a la Entente, los alemanes brindaron esta posibilidad al rey, así como la de conquistar Gibraltar. Pero el Gobierno español se opuso y el monarca -según el historiador Gabriel Cardona- «temía que Inglaterra y Francia replicaran invadiendo Baleares y Canarias, bombardearan los principales puertos y bloquearan las comunicaciones marítimas». Entonces Alfonso XIII optó por una prudente neutralidad, favorecida por su esposa británica, Victoria Eugenia (con dos hermanos en el frente), y su madre austriaca, María Cristina (hermana del general en jefe del Ejército austrohúngaro).

No obstante, el soberano tuvo su propia política (en privado incluso aludió como «malditos idiotas» a los ministros) e intentó erigirse en mediador internacional. Con tal fin, creó una Oficina Pro Cautivos que socorrió a presos de ambos bandos y, tras entrar Italia en guerra en 1915, ofreció al Papa mudarse a El Escorial para garantizar su seguridad.

Sin embargo, el impacto del conflicto trascendió las altas esferas y alteró profundamente el país. Los grandes ingresos generados por las compras de ambos bandos no revirtieron en la modernización de la industria y del campo, sino que crearon nuevos ricos que dilapidaron su fortuna en gastos suntuarios. Con la posguerra, la economía se enfrió y mostró su debilidad. La inflación redujo el poder adquisitivo de los obreros, mientras cobró fuerza el llamado «bolcheviquismo» (en 1919 la CNT se adhirió a la III Internacional, comunista).

A la vez, aunque la sociedad era eminentemente rural y analfabeta casi en un 50%, la opinión pública -o «publicada»- conoció una división intensa entre aliadófilos y germanófilos. Lo ilustró de modo gráfico Miguel de Unamuno en 1917, cuando afirmó que «España está hoy en guerra civil». Incluso ámbitos catalanistas quisieron internacionalizar su causa enviando voluntarios a luchar bajo pabellón francés. Tales efectivos sumaron 2.000 hombres, pero los promotores de la iniciativa alzaron la cifra a 12.000, al sumarle los soldados galos del Rosellón.

La toma de partido por los países beligerantes conformó un laboratorio de ideas y actitudes y, según los historiadores Andreu Navarra y Maximiliano Fuentes, marcó la futura evolución política. Así, la aliadofilia compartida por los catalanistas y la izquierda española hizo que esta asumiera ya entonces el autonomismo. El resultado de esta efervescencia política y social fue que la España de 1918 poco tenía que ver con la de 1914: sus instituciones y partidos dinásticos eran ya obsoletos. La Gran Guerra fue un seísmo invisible que alteró el país de modo irreversible.

Historiador

Y MAÑANA:

 

17. España, hervidero de espías.