La rueda

El precio de una tumbona en la playa

LLUCIA RAMIS

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Este año, la playa de siempre, frecuentada por todo el pueblo, está llena de tumbonas. Hay tantas, que apenas queda sitio para colocar las toallas. Solo los turistas que quieren permitirse su precio las usan, y toman el sol a sus anchas mientras los demás se amontonan en los rincones sobre la arena.

Esos turistas pagan las tumbonas al chiringuito que ha recibido la concesión por parte del ayuntamiento a cambio de una comisión destinada al mantenimiento del pueblo. Bueno, una parte se la queda el alcalde, porque su trabajo bien merece una recompensa. Ahora está pensando en poner zona azul, porque llega tanta gente que aparcar es complicado. La playa no genera dinero, y en cambio cuidarla implica gastos. Mejor instalar un parquímetro que aplicar una impopular subida de impuestos.

Mientras, en la ciudad, otro alcalde ha decidido cobrar por las visitas a parques y monumentos que hasta ahora eran públicos. A los turistas no les importa pagar, puesto que han venido a eso. Los vecinos, por su parte, nunca se interesaron por los espacios que dan identidad a la urbe. El alcalde otorga concesiones a otro tipo de chiringuitos, como las tiendas de suvenires, porque se trata de ingresar dinero rápido, y lo llamativo atrae más al visitante que los locales de toda la vida aunque sea feo e impropio. Qué le vamos a hacer si le gustan los sombreros mexicanos. Así se gobierna también el país, que cede la gestión del suelo y las fuentes de energía a grandes corporaciones que contratarán a esos mismos dirigentes que se la adjudicaron. Sanidad y educación se convierten en negocio. Lo público favorece a la mayoría, mientras que la privatización beneficia a unos pocos. Pero ¿quién quiere formar parte de la masa si puedes aprovecharte de lo que está reservado a la élite? Por suerte, empezamos a entender a qué precio sale la comodidad de una tumbona.