CUADERNO DE VERANO

El 'star system' reina en Peralada

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ROSA MASSAGUÉ

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 Desde su nacimiento a finales de los años 80 del pasado siglo, la ópera siempre ha estado presente en el Festival Castell de Peralada. Unas veces, con más presencia, mientras que en otras parecía metida con mucha obligación y poca devoción. Ahora, la lírica es uno de los pilares de la cita musical veraniega del Alt Empordà.

Llenar un auditorio al aire libre con capacidad para 1.700 plazas no es cosa fácil. Traer a grandes figuras del 'star system' operístico es, seguramente, la mejor fórmula para un festival de estas características. Y eso es lo que hace el director, Oriol Aguilà. En la actual edición ha programado a dos de los mejores tenores del momento, a Piotr Beczala que inauguró festival el pasado 11 de julio, y a Jonas Kaufmann que cantará el día 3.

También ha reunido a otros dos grandes como son Marcelo Álvarez (tenor) y Carlos Álvarez (barítono) en la obra de Umberto Giordano, 'Andrea Chénier' (otra primera figura, la soprano Eva-Maria Westbroek, canceló). Así mismo, ha dado espacio en otro formato a voces como la del contratenor Xavier Sabata o a la soprano Ángeles Blancas, el 4 de agsoto, para rendir homenaje, esta última, a Richard Strauss en el 150º aniversario del compositor alemán.

La voluntad de anclar firmemente el festival en el terreno de la ópera también queda reflejada en otros aspectos. En que 'Andrea Chénier' es una coproducción con la ABAO-OLBE (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera), es decir, en que la producción que firma Alfonso Romero Mora tendrá recorrido más allá del festival, y en que toda la escenografía, de Ricardo Sánchez Cuerda, ha sido realizada en los talleres propios del festival. Además, ha habido una mejora acústica del auditorio al aire libre.

La ópera de Giordano, que transcurre durante la Revolución francesa, describe cómo la revolución acaba devorando a sus hijos, siendo el poeta Chénier una de sus víctimas. Representada el día 26 de julio, además de los dos Álvarez --estuvo mejor Carlos (Gerard) que Marcelo (Chénier) aunque a muy buen nivel- contaba asimismo con un buen elenco de secundarios, empezando por Valeriano Lanchas en el papel del amigo sufriente Roucher; Francisco Vas, en el del perverso espía, y Àlex Sanmartí, en el del sectario 'sans-culotte' Populus. A Mireia Pintó, en el papel de la mulata Bersi, el auditorio se le hizo demasiado grande para su voz.

La sorpresa fue la que dio Csilla Boross como sustituta de Westbroek en el papel de Maddalena di Coigny, la aristócrata frívola que acaba por decisión propia bajo la guillotina en compañía de su amado poeta. Su interpreatación fue ganando en convicción hasta llegar muy bien a la célebre 'La mamma morta' y acabar con nota en la escena final.

Quien no dio la nota fue la orquesta que era la del Teatre del Liceu bajo la dirección de Marco Armiliato. Fue ruidosa y deslabazada. Una actuación así no conviene a un festival que opta por el 'star system'.

La puesta en escena era clásica, pero eficaz. Un escenario inclinado y un techo agrietado del que todo pendía de un hilo en el salón aristócrata del primer acto anunciaban lo que estaba por venir, el fin de aquel mundo arrasado por la revolución. La representación, el día después de la confesión de Jordi Pujol, permitía relacionar finales de época. Sin embargo, las mismas grietas enmarcaban los actos siguientes de una revolución que también se despeñaba por la pendiente.