Jean Jaurès: asesinato sin crimen

La muerte del líder socialista francés, un referente moral, liquidó el último reducto del antibelicismo

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JOAQUIM COLL

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Hoy se cumplen 100 años del asesinato del líder socialista Jean Jaurès, a manos de un exaltado nacionalista en el café Croissant de París, mientras cenaba y discutía con sus colaboradores un nuevo artículo en contra de la guerra para l'Humanité. El día anterior se había reunido con el presidente del Consejo de Ministros, René Viviani, a quien había suplicado que las tropas apostadas en la frontera con Alemania evitasen incidentes que pudiera precipitar la deflagración militar. A la mañana siguiente, enterado de la movilización austriaca y de la declaración alemana del estado de guerra, solicitó una nueva entrevista con el Gobierno, pero tuvo que conformarse con el subsecretario del Ministerio de Exteriores, Abel Ferry, que le informó del ultimátum alemán.

Ante las exigencias de Jaurès de que Francia lograra que Rusia aceptara la mediación británica, y la amenaza de denunciar a los ministros que no hicieran lo imposible para frenar la guerra, Ferry le advirtió del riesgo personal que corría. Frente a la ola patriótica, los pacifistas iban a ser vistos como enemigos de Francia. Esa misma noche, fue abatido a tiros por un estudiante de arqueología, Raoul Villain, vinculado a un grupo de extrema derecha.

Desde el atentando de Sarajevo, a finales de junio, Jaurès había redoblado sus esfuerzos para que todos los partidos de la Internacional Socialista señalaran la responsabilidad de sus respectivos gobiernos en no detener un conflicto que iba a convertirse en una brutal carnicería. Su prestigio era enorme como referente moral. Antes de hacerse socialista, había entrado en política como republicano. Se había comprometido con diversas luchas sociales, sobre todo con los mineros, y también en contra del antisemitismo en el famoso affaire Dreyfus. Paradójicamente, su desaparición eliminó la resistencia que aún existía en la izquierda francesa, socialista y sindical, a apoyar la guerra y consumó la llamada Unión Sagrada, proclamada solemnemente por el presidente de la República, el belicista Raimon Poincaré, el mismo día del entierro de Jaurès, en la Cámara de los Diputados. La historiadora Margaret Macmillan, en una obra extraordinaria sobre las causas de la primera guerra mundial (1914. De la paz a la guerra), destaca que un rival parlamentario se atrevió a rendir homenaje al líder pacifista asesinado, diciendo: «Ahora ya no hay opositores; hay solo franceses», tras lo cual la Cámara prorrumpió en prolongados gritos de Vive la France! La muerte de Jaurès no suscitó una reacción en contra de la guerra, sino que fue aceptada como un fatalismo más de los acontecimientos. Las uniones sagradas, los unanimismos patrióticos, se extendieron por Europa, y fenómenos análogos se produjeron en todos los países beligerantes, lo que supuso el mayor fracaso de la Internacional Socialista y del movimiento obrero.

Sin embargo, a principios de 1914 muy pocos creían que pudiera estallar una guerra general en Europa. Las élites financieras opinaban que las economías francesa, alemana y británica estaban demasiado entrelazadas como para arriesgarse a una acción autodestructiva. Aunque existía un peligro constante de conflicto imperialista armado, se había conjurado otras veces por vías diplomáticas y así sucedería en adelante, concluían muchos. Los propios socialistas pensaban que la mayor garantía para la paz eran las inversiones internacionales de capital. Y Jaurès mismo había escrito que existían tres fuerzas que podían evitar la guerra: los intereses compartidos de los capitalistas ingleses, franceses y alemanes, la solidaridad del proletariado internacional, y el miedo de los gobiernos a que la guerra condujera a la revolución. Se equivocó en considerar a los dos primeros como elementos de freno estructural, pero acertó en la potencialidad revolucionaria de la guerra, como sucedió en Alemania y sobre todo en Rusia. En la compleja explicación de por qué se desencadenó lo que parecía improbable, sobresale la negligencia compartida de los diferentes gobiernos y la alineación de una serie de circunstancias que eliminaron los diques de contención hacia la guerra. El asesinato de Jaurès aparece como un de esos factores que, sin ser por sí mismos determinantes, allanaron el camino.

Su asesino estuvo encarcelado durante toda la guerra y no fue juzgado hasta 1919 en medio de un clima de ardiente nacionalismo. Causa todavía indignación pensar que fue liberado por un jurado popular, según el cual, Villain había rendido un servicio a Francia, pues de haberse impuesto las ideas pacifistas de Jaurès, no hubiera podido ganar la guerra. Su viuda fue condenada a pagar los costes del juicio. El escritor Anatole France, militante de muchas causas nobles, acertó a describir que tal monstruosidad jurídica sentenciaba que el infame asesinato de Jaurès no había sido un crimen.

Historiador