EL DEBATE DE LA MOVILIDAD EN BARCELONA

La bicicleta amenaza

Hay que exigir a los responsables públicos la solución del tránsito de las dos ruedas y de los patines

SALVADOR GINER

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La humilde bicicleta es una de las maravillas que nos trajeron los dioses de la revolución industrial. Ningún otro medio de transporte puede comparársele. Amiga del medio ambiente, no consume hidrocarburos, ni ensucia el aire, pesa poco y mejora la salud. Que yo sepa solo una vez hizo odioso su nombre en la historia: fue cuando un ministro de un gobierno conservador británico creyó resolver el estancamiento económco del país recomendando a los trabajadores que se montaran en las bicis y fueran a buscar trabajo donde lo hubiera. Su infame frase on your bike!, (¡a vuestra bici!) le hizo célebre al instante. Porque la biclicleta goza de universal simpatía, de lo que el ciclista que esto escribe se alegra enormemente.

Precisamente me mueve, para promover la defensa del útil, democrático, elegante y sano velocípedo, la preocupación por el absurdo mal uso que se le está dando a la bici. Por desgracia, Barcelona misma es uno de los peores lugares de Europa a causa de los desaguisados que genera la bicicleta transformada en horror de peatones y hasta en alarma de automovilistas, por no ponerme tétrico y entrar en el asunto de los accidentes. Con las mejores intenciones, un sagaz alcalde propuso su uso universal y aún más, creó un servicio público llamado Bicing para que todos los barceloneses lo usaran tranquilamente. Si lo tienen urbes como París, nosotros no íbamos a ser menos. Tal vez nuestros espabilados ediles no se percataran que Barcelona es un plano inclinado, y que los usuarios de las bicis públicas las montarían para bajar de Sarrià, o la Bonanova, pero mucho menos para volver subiendo desde la Barceloneta o la catedral. O que pensaran que lo resolverían los camiones que trasiegan bicis de abajo arriba, y las devuelven a las paradas de la parte alta para reequilibrar la cosa. Con los gastos adicionales, cabe suponer, para el contribuyente. Eso no es barato. Además, pronto surgieron disfunciones: más de una bicicleta municipal apareció en Bulgaria o Rumania, por arte de birlibirloque. Fueron a hacer compañía a las francesas o alemanas que llegaban por el mismo método del camión sin fronteras que tantos bienes trasiega de un lado al otro de nuestro cada vez más unido continente.

Un poco de contrabando no ha parado nunca un mercado, como saben los economistas menos doctos. Lo que sí, en cambio, merece mayor consideración es el asunto de las bicis por la acera. No es asunto menor. Lo que en inglés, con su inimitable sencillez se llama off road cycling y off road biking, es una amenaza, un peligro, un mareo y una molestia constante para la tranquilidad de la gente pacífica que va de un lado a otro a lo suyo y sin incordiar a nadie. También para los automovilistas, taxistas, motoristas y buses, como saben sus conductores. Pero estos también provocan disfunciones, así que aquí el conflicto solo puede resolverse con mutua civilidad.

Algunas ciudades europeas importantes, en países de tradición muy permisiva -por ejemplo, Manchester- se han visto obligadas a prohibir drásticamente cualquier uso de la bicicleta fuera de la calzada. La comodidad para el ciclista no puede entrañar la incomodidad para el peatón. Lo que debe hacer un ayuntamiento es crear una red de carriles para bicis, y prohibirles salir de ellos. Barcelona ya la tiene. Pero en ciertos lugares las bicis se han convertido en un infierno.

Transiten ustedes por la calles del Bonsuccés y Elisabets, repletas de transeúntes, paseantes y visitantes en uno de los barrios más atractivos: entre las bicis que, sigilosamente, nos pasan rozando desde atrás y las que se echan encima por delante, sorteando con mayor o menos destreza a la gente y el estruendo de patines que les hacen la concurrencia en velocidad y riesgo para los que van por su propio pie, no parece que sea el mejor lugar para el solaz y la paz general.

Mientras tanto el ayuntamiento de la ciudad se entretiene con asuntos más importantes. Que nos digan por favor cuáles son: que el señor alcalde nos especifique claramente cuál es su lista de prioridades. Ya seremos comprensivos. Él tiene que bregar con su oposición, como manda la ley. Pero no pasa nada grave si nos las explica y nos dice qué va a hacer con las bicis incívicas. Y otro tanto debería hacer su leal oposición.

Hay que proteger la bicicleta. Fomentarla. Apaciguar el tránsito automovilístico. Pensar en el bienestar del peatón -¡nombre espantoso para una persona que camina!- pero hay que exigir a los servidores públicos, que dinero nos cuestan, la solución del tránsito de las dos ruedas y de paso el de los patines. ¿Que es difícil? Nadie dice que no lo sea. Pero para resolverlo están. Si no pueden, o no quieren, que se dediquen a otra cosa. Por ejemplo, a ir en bicicleta, eso sí, como Dios manda.