Los caminos de salida de la crisis

Falsos consensos

La solución a los graves problemas que nos afectan pasa justamente por la actuación de la política

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ERNEST BENACH

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Estos días, rememorando la transición y su espíritu que desembocaron en la redacción de la Constitución española, se ha apelado de manera insistente al consenso que existió en aquella época. No pretendo quitar mérito a una operación política de gran alcance, como fue la transición española, y todas las derivadas que después vinieron. Pero me parece que hoy, cuando se apela a los consensos existentes en aquella época se obvia una parte muy importante de esa realidad.

Nadie puede olvidar que salíamos de una dictadura. Una dictadura cruel y sanguinaria que se perpetuó a lo largo de 40 años en el poder. Una dictadura que sometió la voluntad de tantos y tantos ciudadanos de nuestro país y que dejó las cosas mucho más atadas de lo que parecía en primera instancia. O sea, que el espíritu de la transición estaba condicionado por el miedo y por la amenaza, y absolutamente tutelado por poderes fácticos, entre ellos el Ejército, que pesaba mucho en el entramado político español.

Es por eso que da miedo oír hablar de reformar la Constitución, pero siempre a partir de los consensos generados en la transición. Y eso, literalmente, es imposible. En España porque muchos de sus ciudadanos y, a estas alturas ya parte de sus actores políticos, son absolutamente ajenos. En Catalunya, sencillamente porque me da la impresión de que la prioridad de la mayoría de catalanas y catalanes ya no es ni reformar la Constitución, ni siquiera encontrar el encaje de Catalunya con España. Más bien la preocupación consiste en cómo saber transformar el desencaje evidente y existente en una estructura política nueva, diferente y que permita a Catalunya abordar los grandes temas de futuro que le afectan.

No vivimos en una época especialmente curtida para conseguir  los consensos soñados. Y, en el caso de Catalunya, es un problema grave. Vivimos momentos de grandes confrontaciones políticas, tanto a nivel institucional, como a nivel de la calle. La crisis económica, la crisis de confianza en la política, la crisis social han generado una especie de tormenta perfecta que puede acabar engullendo el sistema.

Como aquella inmensa ola que deja el barco del pescador George Clooney como una pequeña pulga en medio del océano y que termina siendo aplastada sin piedad por la furia de los elementos en la película Tormenta perfecta. Y como en los últimos tiempos hemos ido todos de metáforas marineras, quizá conviene recordar aquella impresionante escena cinematográfica.

No ha habido consensos, a pesar de las mayorías claras en el Congreso en relación a la monarquía en España. No hay consensos sobre cómo resolver el futuro de Catalunya y la posibilidad de ejercer el derecho a decidir. Y los consensos con el Gobierno español, ni están, ni se les espera, pero es que los consensos en Catalunya también cuestan demasiado de percibir.

¿Por qué cuando estalla una crisis en Barcelona a causa de un edificio ocupado vuelven a fallar los consensos por todas partes? Y en este caso no se puede decir que la culpa sea solo de las instituciones, que seguro que habrían podido hacer mejor su trabajo. Encontrar consensos, tener voluntad de arreglar las cosas pasa por dar pasos significativos, pasa por hacer gestos, pasa por analizar y separar el grano de la paja. Pasa, en definitiva, por que todos pongan algo de su parte. No es fácil, al contrario. Que nadie se enfade, pero ahora mismo tengo la sensación de que, por desgracia, hoy en la actualidad parece más fácil quemar contenedores y disolver manifestaciones que sentarse a una mesa y hablar. Y este es un precio que como sociedad no nos podemos permitir pagar. Es un precio altísimo porque nos condiciona claramente el futuro.

Vivimos en una sociedad castigada por la crisis, inmersa en un mar de injusticias que hieren la sensibilidad de mucha gente. Pero precisamente la solución a todo este conflicto se encuentra en la política. En la política limpia, transparente, clara, deliberativa y participativa. Pero también en la política institucional, en la política del debate y de las votaciones. La política que no tiene miedo a votar, en ninguna circunstancia, en las urnas y en las instituciones.

No existen recetas mágicas para conseguir estos consensos. Todo ello pasa por una firme y terca voluntad de conseguirlos. Con el Gobierno del Estado ya hemos visto que es imposible. En Catalunya es más necesario que nunca. El país del futuro depende esencialmente de los esfuerzos que invirtamos ahora mismo. Por favor, a quien corresponda, que empiecen a poner manos a la obra para coser voluntades, complicidades, esperanzas, ilusiones ..., o sea consensos. Y que nada ni nadie tenga coartada para apropiarse del futuro.