MONÓLOGOS IMPOSIBLES

El comedor de arena

BARRIL

BARRIL / periodico

JOAN BARRIL

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Alguna vez me había imaginado en esta situación. Ya saben: haciendo las maletas y diciendo cada día a mi mujer que lo bueno de irse es precisamente el regreso. Pero no me había imaginado que fuera a parar a un lugar tan caluroso como Catar. Me cuentan que en aquel pequeño país la Liga solo dura seis meses, de septiembre a abril. Se acabaron los guantes y la interrupción de los partidos por culpa de la lluvia. Seis meses por 8 millones de dólares. Eso permite pagar todas las deudas y empezar a pensar que después del fútbol también hay vida.

En el fondo soy un afortunado, porque la Copa del Mundo nos había hecho trizas y el año en el Barça de Tata me había convertido en un personaje de The walking dead. Por la noche veía a porteros como Víctor Valdés con las rodillas destrozadas o a Carles Puyol dedicado a hacer de cowboy de ovejas en sus queridas montañas. Mejor la soledad elegida que la soledad en compañía. Catar no es el país de las maravillas, pero saben mucho de aire acondicionado y me han dicho que incluso se puede esquiar en un pabellón de nieve artificial. Tal vez sea cierto que el fútbol es el opio del pueblo, pero los 15.000 hinchas del Al-Arabi son gente despierta y lo importante para un futbolista que ha rozado el cielo es que el cielo sea cada vez mayor.

Mi padre lo ve bien. Él llegó a Catalunya desde Almería y se puso a jugar con el Sabadell. ¿Qué tiene el Sabadell en comparación con el Al-Arabi y sus petrodólares? Al fin y al cabo, yo marqué el gol número 1.000 de la selección española. De la misma manera, podría acabar llevando a Al-Arabi a la cima del fútbol mundial. Los culés me consideraron un símbolo. Los bancos, una caja de caudales y los cataríes, la gran esperanza blanca. Todos ignoran que, en los tiempos que corren, el futbolista es un titiritero que va de campo en campo. El futbolista no hace avanzar el balón, sino que es el balón el que arrastra al futbolista. En realidad, todo se lo debo a Guardiola y a su lesión, que le dejó apartado del Camp Nou hasta que se tuvo que marchar a Brescia. La vida de los futbolistas es un verdadero lío de ligamentos cruzados, artroscopias y otras fracturas más graves. Cuando los servicios médicos del club comprador nos someten a un estudio completo de nuestro estado de salud, no esperan encontrar a un hombre perfecto, sino que esperan contar las heridas de su paso ajetreado sobre el césped del mundo.

Cuando los del Al-Arabi me pongan delante los 8 millones de petrodólares por una temporada de seis meses, seguro que recordaré el momento en el que William Gaillard, uno de los más prometedores ejecutivos de la UEFA, me dio un cheque de 100.000 euros por haber sido votado en la web oficial como uno de los mejores jugadores de Europa. Recuerdo que cogí el cheque y lo entregué al Comité Internacional de la Cruz Roja que estaba operando en Afganistán. Y ahora, ya ven, dispuesto a comer arena por 8 millones de dólares en seis meses. Tengo 34 años. Creo que ya no podré cambiar.