La rueda

Decidir o no, esa es la cuestión

LLUCIA RAMIS

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Tomar decisiones cuesta. Da miedo equivocarse, pero más miedo da no poder elegir. A qué te dedicarás, dónde vivirás, si tendrás hijos, eran cosas que te planteabas hace años, cuando tenías más claro lo que no querías que al revés. Ahora te resignas y dices: «¡Al menos tengo trabajo!», aunque cobres el salario mínimo, uno de cada cuatro niños viva por debajo del umbral de la pobreza y los desahucios sigan a la orden del día pese a la PAH.

Nuestras decisiones nos definen. Por eso no siempre son compartidas. Es sano que existan alternativas y una libertad para crear consenso, y no, por el contrario, prohibir un derecho a quienes cuestionan una situación y quieren cambiarla. El mundo se mueve y lo normal es que haya que tomar decisiones a medida que lo descubrimos. Si por mí fuera, lo sometería todo a votación, empezando por el hecho de que los políticos puedan cobrar de la empresa privada una vez finalizada su función pública. El problema es que tendrían que avalarla ellos y va en contra de sus intereses.

Decidir significa formar un juicio definitivo sobre algo contestable, mover la voluntad de alguien para que tome una determinación. Parte de un criterio que se adquiere con el conocimiento. Según Mas, el pueblo le arrastró a pedir una consulta. Sin embargo, CiU se abstiene de apoyar en el Parlament un referendo sobre monarquía o república. Curioso, tras reivindicar tanto el derecho a decidir. Será que su pueblo no necesita posicionarse al respecto.

Ya sea sobre el aborto, la sexualidad, la soberanía, la república, la Constitución o el peinado, impedir la elección es coartar la autodefinición. Así, uno no puede ser lo que decide sino lo que obligan a ser. Solo le queda la desobediencia, y entonces le castigan. Cuantas más restricciones, más posibilidades de que nos conviertan a todos en delincuentes.