Centenario del atentado de Sarajevo

Balance de una guerra

En 1914, los militares embarcaron a sus países en un conflicto desastroso en el que todos perdieron

JOSEP FONTANA

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La primera guerra mundial fue un error histórico en el que las potencias europeas consumieron sus fuerzas en un conflicto en el que todas iban a resultar perdedoras, lo que retrasó un futuro de progreso al que parecían apuntar los avances de la cultura y de la ciencia en los primeros años del siglo XX (los nuevos lenguajes de las vanguardias del arte y los fundamentos de la revolución científica son anteriores a 1914).

La mayor de las responsabilidades correspondió, sin duda, a los militares, que embarcaron a sus países en un conflicto desastroso manejando un nuevo y mortífero armamento cuyos efectos reales no entendían, lo que implicó el inútil sacrificio de millones de vidas humanas. Pero no es menor la de los políticos, que se dejaron convencer sin valorar el coste de la empresa y la escasa entidad de las ganancias que podían obtener.

Parece claro hoy que la responsabilidad inmediata del inicio del conflicto  -hoy se cumplen 100 años del atentado de Sarajevo- hay que atribuirla al Gobierno alemán. Como nos muestra John C. G. Röhl en su monumental biografía del káiser Guillermo II, los altos mandos del Ejército alemán estaban esperando la oportunidad de declarar una guerra preventiva contra Francia y contra Rusia antes de que completasen sus campañas de rearme, contando con que Gran Bretaña, que estaba ocupada en el conflicto de Irlanda, se abstendría de participar. De modo que «no solo los generales alemanes, sino algunos civiles de alto rango en el Gobierno, celebraron el asesinato de Sarajevo como una afortunada oportunidad de iniciar la llamada guerra preventiva».

No había de costarles convencer al emperador, que tenía su propia interpretación acerca de este asunto: «El segundo capitulo de las invasiones de los bárbaros ha comenzado. Tercer capítulo: lucha de los germanos contra los rusos y contra los galos por su existencia. Ninguna conferencia podrá evitarlo, porque no es una cuestión política, sino de razas… Se trata de la existencia de la raza germánica en Europa».

Había por lo menos otros dos motivos para justificar esta aventura. El primero de ellos, la realización del sueño colonial: en 1900 Gran Bretaña tenía 367 millones de súbditos coloniales, Francia tenía 50 millones y Alemania tan solo 12, menos que los holandeses o los belgas. El segundo, la voluntad de frenar el ascenso del SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán, que en 1912 era, con 110 diputados, el más numeroso en el Reichstag, donde no podía derribar a un Gobierno con sus votos pero sí controlar los presupuestos.

Como ha señalado Max Hastings, los alemanes se equivocaron en 1914 al optar por la guerra, «subestimando el peso económico e industrial del poderío de su país». De haberse mantenido 30 años más en paz, podrían haber alcanzado el mismo dominio sobre Europa del que hoy disfrutan, ahorrándose los costes de perder dos guerras mundiales.

Pero el mayor de los errores fue sin duda el que cometieron los dirigentes de Gran Bretaña embarcándose en una guerra que no afectaba a sus intereses y en la que no tenían nada sustancial que ganar. Niall Ferguson afirmó en The pithy of war que fue mucho peor que una tragedia, «fue el mayor error de la historia moderna». Gran Bretaña sufrió grandes pérdidas en vidas humanas y se arruinó económicamente. Sus dirigentes se habían equivocado, al igual que los de Francia y de Italia, al pensar que podrían compensar los enormes gastos del conflicto con las reparaciones que habrían de pagar los alemanes. Rudyard Kipling, que había perdido a un hijo en la guerra, lo decía en unos versos que expresaban el sentir popular británico: «El precio de nuestras pérdidas nos lo tendrán que pagar en mano, no a otros ni en otro momento. Ni el extranjero ni el sacerdote han de decidirlo. Es nuestro derecho».

Solo que no había de donde sacar estas reparaciones, de modo que los vencedores quedaron tan empobrecidos como los vencidos, y con grandes deudas con Estados Unidos, que había acumulado en esos años la mayor parte de las reservas mundiales de oro como consecuencia de sus ventas a los beligerantes, lo que explica que comenzase ahora «el siglo norteamericano», con el dólar como moneda de referencia.

Desaparecidos los viejos imperios que habían mantenido la estabilidad del mundo desde la edad media, la Europa de la posguerra no consiguió recuperar su equilibrio. En The Deluge. The Great War and the Remaking of Global Order, el mejor estudio hasta hoy publicado acerca de las consecuencias de la guerra, Adam Tooze sostiene que fueron precisamente los norteamericanos, que habían alcanzado un grado de poder nunca conocido en la historia, los responsables de ello al imponer que se firmase una paz sin victoria, por una parte, y desentenderse después de unas consecuencias que habían de llevar a un nuevo conflicto mundial.