El futuro de la capital catalana

La Barcelona currante

Hay una ciudad a dos velocidades que debe combatirse con determinación política para crear empleo

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ALFRED BOSCH

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Cuando éramos niños, vivíamos en una ciudad que se levantaba temprano e iba a trabajar con el bocata bajo el brazo envuelto en papel de periódico. Era una ciudad obrera, llena de talleres y fábricas, y era muy mejorable; llena de humos contaminantes, invadida por coches y camiones, con calles con barro y poca plaza pública. Entonces llegaron los ayuntamientos democráticos, la ciudad cambió de piel y más tarde, con los Juegos Olímpicos, la Cenicienta se volvió princesa.

En el siglo XXI tenemos una Barcelona infinitamente más hermosa y bien vestida. Es tan bonita que ha acuñado un modelo de éxito, y la ciudad recibe una avalancha de visitantes que no se la quieren perder. Cuando éramos niños, los turistas solo venían a comprar en los grandes almacenes y a ver las corridas de toros. Ahora los guiris están en todas partes, y uno se pregunta si no habría que poner un poco de cordura. Realmente, a veces tenemos la impresión de que de tanto subirnos al caballo de la belleza urbana nos hemos caído por el otro lado.

No todo el mundo puede vivir de la Barcelona deslumbrante; la de los festivales de música techno, la de los cruceros, la de los parques temáticos y las plataformas digitales, la de la siesta y fiesta y los hoteles y los congresos de móviles y de un aeropuerto que está a punto de convertirse en el primero del sur de Europa. Esta ciudad a caballo de la modernidad y las nuevas tecnologías, sumándole el ocio y el turismo, es un éxito, y si la sabemos digerir y encajar bien es un regalo de los tiempos. Pero no es suficiente, porque la mayor parte de los barceloneses viven de espaldas, o incluso descolgados, de la Barcelona rutilante y cosmopolita.

Tenemos una ciudad a dos velocidades, que podría sufrir un riesgo de rotura, y es necesario que lo digamos y ayudemos a impedirlo. Parece que por un lado tengamos una capital europea con todos los pormenores, que no sería tan diferente de Berlín o Ámsterdam o Londres. Por otro lado, una multitud de gente, seguramente la mayoría, que cada vez es más pobre, tiene difícil encontrar trabajo y vive peor.

Los índices de desigualdad en Barcelona se han degradado hasta llegar a los niveles anteriores a 1979, es decir, a los ayuntamientos franquistas; hay barrios donde la renta familiar es siete veces inferior a la de otros barrios. El paro es mínimo en la parte alta y es tercermundista en los barrios más populares, especialmente entre los jóvenes. Incluso la expectativa de vida muestra una diferencia de 10 años según el lugar donde vivas. Y eso son promedios; caso a caso, las realidades llegan a ser de penuria auténtica.

Debemos hacer un esfuerzo, y habría que hacerlo también desde la Administración municipal, para combatir esta grieta que se está abriendo en Barcelona. Alguien con suficiente sensibilidad social debería encontrar la manera de coser las dos ciudades, si quieren como se ha hecho en Berlín tras la caída del muro y, atención al detalle, con el impulso de una nueva capitalidad. Nos hemos de conjurar todos, y por supuesto los que somos de izquierdas y creemos que el sector público está obligado a intervenir para mejorar la condición de nuestros vecinos.

¿Cómo? Apelando a la Barcelona currante. La que cree en el trabajo, la que genera empleo, la que tiene ganas de arremangarse y currar y por desgracia no tiene la oportunidad. Si la ciudad fuera una empresa, sería la que genera más puestos de trabajo de Europa. Si invertimos, todavía puede crecer. Recuperemos los polígonos industriales, seduzcamos a manufacturas no contaminantes, atraigamos actividades de valor añadido, creemos talleres y escuelas de formación, activemos los viveros de empresas, el co-working, el empleo dual...

Dirán que los municipios no tienen las competencias necesarias para generar empleo. No es del todo cierto; una ciudad como Barcelona, con carta municipal propia, tiene atribuciones importantes, y en el caso del turismo, donde las competencias son limitadas, se logró poner imaginación para conseguir trayectos aéreos intercontinentales, récords de visitantes, expansión hotelera o el principal centro de cruceros del Mediterráneo. Usemos este potencial, pues, para fomentar no ya el ocio y los servicios, sino el empleo industrial. El ayuntamiento tiene superávit y recauda una parte importante de su presupuesto, en porcentajes, muy por encima de la Generalitat.

¿Qué nos impide hacerlo? Los recursos están, el talento también, y el magnetismo de Barcelona es enorme. Solo falta determinación política. En combinación con entidades, sindicatos, empresarios, vecinos y la sociedad civil en general, se pueden lograr grandes éxitos. Dediquemos todos los esfuerzos a tratar de conseguir lo que más falta hace en la ciudad. Trabajo.