Interferencias
Mansilla bajo el agua
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE
Conocí a Ana María Matute a raíz de su Premio Cervantes. Entonces me sumergí en su obra, un poco como el pueblo riojano en el que ella veraneaba de niña, Mansilla, se había sumergido en los años 60 bajo las aguas de uno de esos pantanos franquistas. Sin embargo, el pantano no cubrió del todo cuanto había ocurrido en sus calles, arroyos, bosques y en la casa de los abuelos de la Matute. La Matute había dejado un rastro tan certero que ese lugar hoy invisible es visitable por todos nosotros. Sus gentes, los niños con los que ella jugaba, el retrato de la pobreza y de la singuralidad que marca en las relaciones humanas, están en sus relatos.
El azar hizo que yo haya pasado tiempo en el Mansilla actual, donde una buena parte de la familia Tamames tiene casitas de veraneo. Es un pueblo aún hoy especial que encaja a la perfección con la descripción de la Matute, porque toda su obra recompone un puzzle de lo que somos como sociedad, incluyendo su obra más memorialística o la más fantástica.
Por eso todo me interesaba de la Matute. Que fuera una novelista precoz, que ganara el Planeta en una de sus primeras ediciones, que tuviera un primer matrimonio equivocado que le costó la ruina económica y la pérdida de la custodia de su hijo durante varios años.
Siempre importa la vida de los escritores, cómo se ejerce ese oficio tan raro, cómo se las componen, pero en particular cómo se las compusieron ellas, las autoras. La vida de la Matute es tan intensa como la de Dorothy Parker o Lillian Hellman y si fuera norteamericana hubiéramos hecho ya de ella un personaje de ficción.
Como ellas tuvo una difícil relación con el alcohol, que logró manejar. Como ellas tenía una relación importante con lo social, lo político, pero no le gustaba ser encasillada ni ser definida como feminista, a pesar de que lo era y de que combatió cada día por hacernos algún hueco, por marcar un ejemplo grande inmenso a todas las mujeres que después de ella hemos querido vivir de la escritura.
Se puede, decía ella, se debe, sin decirlo, solo con hacerlo.
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