La rueda

Alto, altiva, alteza, majestad

LLUCIA RAMIS

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S oy mujer, periodista, tengo raíces asturianas y veraneo en Mallorca. Tal vez, de haber salido en el Telediario el príncipe Felipe se habría fijado en mí y Pedro Erquicia me lo habría presentado en una cena. Quiero decir que lo de Letizia le podría haber pasado a cualquiera, hay igualdad de oportunidades. Pero la futura Reina no es Ana Blanco.

Esto es lo fabuloso de los cuentos de hadas. Basta con que tu pie encaje en un zapato de cristal para que te coronen, aunque no encajes ni en la familia real ni en una sociedad que no se pregunta «¿por qué tú?» sino «¿para qué?». Que una periodista encabece la institución más hermética y protegida por los medios es otra demostración de fuerza de la Monarquía. Todas las virtudes profesionales se quedan en nada cuando, en lugar de investigar o comunicar desde dentro, te encierras en la torre de marfil del Estado por la simple razón de que le gustaste al heredero.

Un hombre alto decide quién será su altiva reina y ya está, pasan de alteza a majestad. Tanto da lo que opinen un padre obligado a abdicar y un país que no se rige precisamente por la meritocracia (y por la democracia, a medias). Es una elección a dedo, pero queda bonita porque la señala desde el corazón.

La sonrisa perenne que Letizia luce desde el 2 de junio evidencia que ha logrado su máximo anhelo. Si la princesa estaba triste era porque ser princesa resultaba poco para ella. El problema es que, como en la portada censurada de El Jueves, sobre su cabeza pesará la mala imagen de una institución cuya única función es justo la contraria: promocionar un país. ¿Qué sentido tiene la Monarquía si no eres un icono pop como Isabel II? Si Letizia quiere que sus súbditos nos tomemos en serio el cargo que ostenta, tendrá que comprarse cinco perritos corgi. Como mínimo.