Análisis

¿Ha llegado tarde Felipe VI?

Protesta en la Puerta del Sol, el martes.

Protesta en la Puerta del Sol, el martes.

CARLES RAMIÓ

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Tengo la hipótesis de que la sorprendente renovación generacional de la Monarquía es una operación táctica muy calculada pero con escasa visión estratégica. Se impulsa el cambio aparentemente en un buen momento: justo después de las elecciones europeas, bastante antes del 9 de noviembre y de las elecciones locales y autonómicas e incluso justo en el tiempo en que se inicia el Mundial de fútbol, con el que se desata un cierto fervor patriótico. Pero considero que no se ha acertado en el momento y la situación vital de la sociedad española. La crisis económica está siendo durísima para los españoles, cada vez más empobrecidos y con peores servicios públicos. Pero a esta desesperación social hay que añadir la humillación que han sufrido los ciudadanos por parte de políticos, partidos, entidades financieras y las más variadas instituciones públicas (incluida la Monarquía). Los casos de corrupción, de robo o de malas prácticas de tipo simbólico, como la que protagonizó el rey Juan Carlos en su momento, no han sido depuradas. En España apenas nadie ha dimitido, apenas nadie ha ido a la cárcel, casi nadie ha pedido perdón de forma creíble. Y los ciudadanos han respondido a todo ello, en apariencia, de forma dócil y estoica, solo con algunas manifestaciones públicas, y la mayoría calladas, de desafección ante el sistema de partidos y el sistema institucional.

Políticos e instituciones han llegado a pensar que de esta se salvarían, que la tormenta escamparía. Pero los españoles están muy molestos y dolidos y no poseen, por ejemplo, la vía de escape que han encontrado muchos catalanes al ilusionarse con un proyecto como el de la independencia. Pero durante las últimas semanas este estoicismo y esta abulia social han terminado. Los ciudadanos se van movilizando a su manera. El castigo a los grandes partidos y el éxito espectacular, desde la nada, de la formación política Podemos en las elecciones europeas son dos ejemplos de esta movilización y del rechazo de las caducas reglas del juego políticas y económicas del país. Y en esta situación tan compleja abdica el Rey como primera y única respuesta al malestar ciudadano.

Pero las multitudinarias y espontáneas manifestaciones a favor de la Tercera República son una muestra de que el calculado proceso de renovación de las instituciones del Estado quizá no vaya a ser tan pacífico ni aceptado por asentimiento gregario por parte de la sociedad española tal y como se había previsto. Y con ello me pregunto: ¿ha llegado tarde Felipe VI? Mi hipótesis es que sí, que los ciudadanos están hartos de todo y de todos y que la mejor forma de manifestar su malestar será arremetiendo contra la institución monárquica, que es la primera que se ha expuesto y a la que a muchos les cuesta encontrar sentido.

El cambio monárquico puede ser entendido como una forma sutil de intentar en realidad que nada cambie. Quizá este movimiento hubiera sido más oportuno hace un año o dentro de un tiempo, pero se ha decidido, en cambio, hacerlo en el peor momento. Felipe VI puede pagar los platos rotos por los partidos políticos, por las entidades financieras, por la inoperancia de la justicia, etcétera. No me gustaría estar en la piel del nuevo Monarca, que, con las manos atadas, va a tener que enfrentarse a una situación muy difícil.