MONÓLOGOS DE OCASIÓN

El ministro del alma

Barril

Barril / periodico

JOAN BARRIL

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Ahora se llama ministerio del Interior, pero para distinguirlo del ministerio de Exteriores. En realidad mi ministerio ha ido penetrando cada día más en la interioridad de la gente. Recuerdo al colega Corcuera, no por socialista menos consecuente, que no dudó en promulgar una ley que facultaba a cualquier policía a romper la puerta sospechosa de una patada. Ni órdenes judiciales ni sandeces de demócratas leguleyos. Patada y adentro.

Pero a este ministerio no le basta con entrar en el interior de las casas sin llamar. Hay otros espacios interiores que el Estado debe conocer. Me refiero al alma de la gente. Me gustaría que este ministerio que hoy dirijo fuera el ministerio del Alma. No en vano estoy haciendo méritos para que así sea concediéndole una medalla a la Virgen del Amor. Es una idea magnífica: la Virgen del Amor no ha detenido a nadie, no le ha hecho mal a nadie y, por si fuera poco, no me va a devolver la medalla. Galardonar a los santos es una manera de ganarse el cielo. Allí iré algún día y la Virgen del Amor —extraño contrasentido— me abrirá las puertas de la vida eterna como creyente y como mártir.

Porque no tengo ninguna duda de que me estoy convirtiendo en un verdadero mártir. Todo lo que propongo está mal. Las cargas policiales me dicen que son de otros tiempos y encima unos cuantos desalmados se dedican a jalear la muerte de nuestra correligionaria de León. ¡Cómo me gustaría ser chino, para acabar con esa plaga de los sembradores del odio! Me dicen mis amigos más avezados en la cosa digital que se nota que no participo de los tuits, porque toda la ira y la mala leche se plasman en la pantalla. Me advierten de que lo de Internet es un reflejo de la sociedad. Y que la sociedad está formada por buena gente, pero que todos los malos están en Internet. ¿Y eso por qué? Porque nadie sabe nada del insultador, del crítico y del díscolo. Si han de decirme algo, que me lo digan en la calle y no en esos exiguos 140 caracteres donde la españolísima letra c se convierte en una vasquizante letra k. Hay que desconfiar de todo lo que lleve la letra k, que ni es nuestra ni sirve para la paz colectiva. En La Biblia no hay ninguna letra k. Pues eso.

Ya sé que los nuestros también usan Twitter para insultar a los periodistas malévolos. Pero una cosa es cargar contra el periodista hostil, que para eso cobra, y otra muy distinta es echar escupitajos sobre el cadáver de una mujer de bien. Por eso, aunque no me entiendan, soy el ministro de las almas. Porque solo yo sé que quien bien te quiere te hará llorar y que la palabra no es para quien la usa sino para quien manda.