Los retos de la Unión Europea

Europa desde el sur

Los estados de la periferia deben conseguir de los del núcleo una actitud proactiva y de suma positiva

FRANCESC BADIA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Europa  ha perdido el alma de sus ciudadanos. Una serie de crisis entrelazadas ha puesto en peligro el presente y el futuro del proyecto común de integración europea. El impacto negativo de estas crisis afecta a toda la Unión Europea, aunque se manifiesta con especial intensidad en los cuatro principales estados miembros del sur de Europa -España, Portugal, Italia y Grecia-. La manera en que estos países salgan de las crisis determinará el futuro común de la UE como el proyecto aglutinador, integrador, equilibrado y democrático que se supone que es.

Las políticas de austeridad han empujado a las economías del sur de Europa a una recesión de doble caída, dividiendo gravemente a Europa entre acreedores y deudores e infligiendo a los ciudadanos unos costes tan elevados -en términos de empobrecimiento, desigualdad e índices insostenibles de desempleo- que ponen en peligro un contrato social ya muy debilitado. No es aceptable que el peaje de las urgentes políticas de recuperación económica sea la consolidación de estos desequilibrios.

Se ha pagado ya un precio muy caro, especialmente en términos de comprensión mutua, de percepciones sesgadas y de prejuicios, tanto entre naciones europeas como dentro de ellas. La desafección creciente de la opinión pública en relación con el proyecto de integración europea ha arrastrado el apoyo popular a la Unión a mínimos históricos. La confianza mutua, factor básico para mantener a una sociedad unida, se ha quedado por el camino.

La situación de España tiene paralelismos con la de la UE, asediada por tensiones centrífugas entre (y dentro de) sus estados miembros y por una preocupación creciente ante el auge de ciertos ismos (reaccionarismo, nacionalismo, populismo, euroescepticismo) en sus respectivas circunscripciones. La renacionalización de la política europea ha supuesto un serio deterioro de los valores comunes. Y todo ello empuja a la Unión hacia una confrontación interna que podría llegar a derivar en su potencial desintegración.

El fracaso de la Unión Europea como proyecto político es hoy una posibilidad real. Y el largo debate sobre su crisis de identidad, que no supera la discusión habitual sobre si ampliar o profundizar, carece de la altura de miras necesaria y es claramente incapaz de lograr la implicación activa de la ciudadanía europea. Probablemente, una Europa más equilibrada, incluyente, responsable y democrática sea la respuesta. Pero para garantizar que las decisiones cruciales se tomen en el interés común, pensadores, opinadores y políticos de los estados miembros del sur deben ejercer un papel esencial en la definición de la agenda común y convencer a sus homólogos del norte para reconstruir una visión de Europa que inspire optimismo y esperanza. Se trata de que los estados miembros de la periferia consigan que los del núcleo adopten una actitud proactiva, convirtiendo de nuevo el proyecto de integración europea en un juego de suma positiva, en el que se comparten los costes de la salida de la crisis y se atienden de manera responsable las necesidades de los que han caído del lado perdedor de la ecuación.

Pero Europa no es el fracaso colectivo que muchos quieren ver. A pesar de las enormes dificultades que evidencian los resultados de las elecciones, la Unión sigue siendo la única respuesta capaz de asegurar un futuro colectivo si recupera la gran política frente al cortoplacismo de los intereses económicos.

Si Europa quiere salir -y salir fortalecida- de este momento crítico, es preciso que construya una renovada visión común. El reto al que se enfrentan hoy las naciones europeas es el de entender su interdependencia como fortaleza, en lugar de afirmar celosamente una independencia que juega a la defensiva y nos debilita a todos. En su camino de salida de las crisis, Europa no solo debe diseñar políticas adecuadas para superar sus problemas de hoy, sino reforzar sus valores democráticos fundamentales de solidaridad y tolerancia y hacer frente a dos cuestiones clave para su futuro: igualdad y diversidad. Debe restablecer la confianza entre núcleo y periferia, entre deudores y acreedores, y sanar las heridas causadas por las políticas que ha traído consigo la crisis más devastadora que la historia de la Unión haya conocido. Y los estados del sur de Europa deben permanecer vigilantes para que la urgencia de la recuperación económica no signifique la consolidación definitiva de la brecha de cohesión social y territorial que corroe los cimientos del edificio común. A este fin deben los europeístas, los del norte y los del sur, los que han ganado y los que han perdido, dedicar sus esfuerzos inmediatos.

Firma también el artículo el periodista Oleguer Sarsanedas.