Los desafíos de la capital de Catalunya

Barcelona, inteligencia colectiva

Nada perjudicaría más a la capacidad innovadora de la ciudad que el exceso de complacencia

Barcelona, inteligencia colectiva_MEDIA_1

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RAFAEL PRADAS

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De Barcelona salió el primer tren peninsular, en Barcelona se tomó la primera fotografía, hubo la primera agencia de publicidad, aterrizó el primer avión… Cuando la televisión era un sueño, en 1936, poco antes de la guerra civil, en la Feria de Muestras se exhibió el primer aparato visto en estas latitudes. Y en Barcelona se realizó el primer trasplante de corazón y la primera fecundación in vitro. Es justo recordar que la ciudad ha sido siempre innovadora -especialmente en relación con una España que daba la espalda al progreso como lamentaban Joaquín Costa o Ginés de los Ríos- y lo ha subrayado recientemente la Comision Europea al premiarla como capital europea de la innovación, dando valor actual a los esfuerzos por resolver problemas inseparables de la realidad urbana. Barcelona está considerada hoy la primera smart city o ciudad inteligente de España y la cuarta de Europa, por detrás de Copenhague, Ámsterdam y Viena.

Las palabras cambian (ciudad sostenible, inteligente…) pero muchas actitudes de fondo se mantienen: el propio nacimiento de la Barcelona moderna, el Eixample, ahora tan próximo y cotidiano, significó una gran aportación de inteligencia, fue una revolución urbana sin precedentes desarrollada sobre 1.100 hectáreas del llano de Barcelona, la mayor operación de este tipo en Europa durante el siglo XIX.

El ingeniero reformista Ildefonso Cerdà cuestionó los modelos tradicionales de vivienda, higiene, movilidad, y revolucionó el concepto mismo de urbanismo. Sin duda tiene méritos para ser considerado un  precursor de las smart cities. Pensemos en el valor de los patios de manzana, de los chaflanes; en la concepción democrática de la ciudad que mezcla personas y clases; en la importancia que da a los espacios verdes -y planta 100.000 árboles-, a la vivienda soleada y ventilada…

Hoy la inteligencia urbana de Barcelona es muy amplia, aplicada a la gestión eficiente de servicios muy diversos: desde los transportes y el tráfico a la automatización del riego de parques y jardines o la iluminación nocturna a la recogida y tratamiento de residuos, pasando por la detección del ruido y la contaminación. Más de 50.000 hogares barceloneses tienen servicio de teleasistencia para personas mayores, hay miles de dispositivos instalados en los semáforos para ayudar a peatones con dificultades visuales y más de 800 puntos wifi que democratizan la tecnología, además de gran número de aplicaciones móviles que permiten aprovechar mejor los recursos de la ciudad. La mayoría de cuestiones tienen que ver con la mejora de la calidad de vida y la sostenibilidad de la ciudad y, en el fondo, juegan un papel redistribuidor de la riqueza y del bienestar.

Barcelona ha sabido situarse en el campo del conocimiento innovador. Ostentar la capitalidad mundial de la potente industria del móvil, conseguida gracias al consenso institucional y a remar en una misma dirección, constituye una nueva oportunidad de la ciudad innovadora, que reúne gran parte de las 3.400 empresas del sector de la tecnología de la información y la comunicación que hay en Catalunya. Eso junto al distrito 22@ y la apuesta por convertir Barcelona en polo de investigación biomédica, reforzando su tradición en el campo de la salud.

Sin embargo, nada perjudicaría más a la capacidad innovadora de Barcelona que el exceso de complacencia o limitar la dimensión de ciudad inteligente a aspectos relacionados con el funcionamiento de las infraestructuras, el turismo o el ocio. Más que nunca hay que poner en juego el capital intelectual y social para contribuir a resolver los graves problemas -económicos, pero no solo esos- que nos afectan. Hay que seguir innovando en educación, formación, salud, cultura, en recursos colectivos como piezas imprescindibles para alcanzar la equidad, para conseguir una sociedad más justa, transparente y participativa, más inteligente ella misma en su conjunto.

Barcelona (y Catalunya) ha de movilizar toda la inteligencia posible para dar oportunidades a los jóvenes, ha de saber sumar esfuerzos y aprovechar la potencialidad de los miles de personas, grupos, asociaciones, proyectos que bullen en la frontera imprecisa de la creación, el arte, el negocio, la emprendeduría, la economía y la utopía sociales… No hace falta que diga la cantidad de ideas que se generan en barrios como Gràcia, Poble Sec, Poblenou, Eixample, Sants...,  o en el entorno metropolitano. No olvidemos que Barcelona ha sido pionera también en educación, en cultura, en igualdad. Con instituciones avanzadas a su tiempo como la Escola del Mar, la Escola Industrial, el Institut de Cultura de la Dona o el Institut del Teatre. Y que tuvo el primer sindicato y el primer Primero de Mayo. Conocimiento, tecnología, personas.