Para qué sirve Europa

JOAN SALICRÚ

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Treinta pasos. Sólo treinta pasos. Es lo que hay entre una trinchera –alemana- y otra trinchera –francesa- en el Bois Brulée de Saint Mihiel, cerca de Verdún, en la Lorena francesa (ahora, vaya, es Francia, en otros muchos momentos de la historia ha sido alemana, de aquí parte del conflicto).

Un espacio minúsculo, que se recorre a pie en unos 20 segundos, pero que durante cuatro años –de septiembre de 1914 a septiembre de 1918- fue tierra de nadie entre tropas francesas y alemanes, en el marco de la batalla de Verdún.

Sí, sí, como lo oyen; aunque en la mayoría de los 800 kilómetros de líneas enfrentadas que existieron durante la Primera Guerra Mundial de Suiza al Mar del Norte el espacio intermedio era de uno o varios kilómetros, en otros lugares como éste la distancia entre un ejército y otro era realmente ridícula. Actualmente es lo que ocuparía una casa mediana de nuestro tiempo, pero en aquel momento era el final de un territorio y el principio de otro; ningún soldado podía asomarse ni tan solo a vislumbrar los soldados que había al otro lado. Si lo hubiera hecho, hubiera sido ametrallado en dos segundos desde el lado contrario. Visto con ojos de hoy parece inverosímil, pero así era. La absurdidad de la guerra.

Aquí, encima de miles y miles de cadáveres -y no en un despacho-, es donde se formó la idea de Europa, inicialmente en forma de Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la CECA, en 1951: como franceses y alemanas se habían enfrentado tres veces en menos de 75 años (1870, 1914-18 y 1939-45, aunque en este caso los franceses se rindieron) los franceses Schuman y Monnet propusieron al alemán Adenauer intentar solucionar el problema de raíz. ¿Como? Compartiendo los  recursos en liza, en vez de pelearse por ellos. Así de ingenuo pero también así de obvio. Pero vistos los resultados, no fue nada mal; entre 1945 y 2014 alemanes y franceses no han vuelto a enfrentarse militarmente –y nos hemos ahorrado las guerras que, según la cadencia histórica, habrían tenido que ocurrir en los años 70 de nuestro siglo y quizás a principios del 2000-.

Los retos de futuro de Europa son muchos y no pasan por evitar un conflicto militar interno, con toda seguridad. El Parlamento que este domingo se ha elegido tendrá que influir en cuestiones mucho más concretas y nada relacionados con la cuestión militar –la Unión Europea es también un enano en cuestiones militares, que están derivadas a la OTAN-.

Pero haciendo una y otra vez esas treinta pasas que separan la trinchera alemana de la francesa en el Bois Brûlée de Saint Mihiel, cerca de Verdún, uno aprende a valorar esta magnífica idea que fueron los antecedentes de la Unión Europea. Al menos ahora ya no nos matamos; discutimos férreamente por si políticas comunas de austeridad o de crecimiento y estas decisiones pueden generar mucho sufrimiento e incluso muertes, es verdad, pero no nos matamos de buenas a primeras. Yo diría que no es poca cosa.