Las elecciones del 25-M

Salvar la democracia europea

Reforzar el eje izquierda-derecha es el mejor camino para hacer frente a unos eurófobos en alza

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CARLOS CARNICERO URABAYEN

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En un continente como Europa, pocas tareas rezuman tanta épica como la de salvar la democracia, sus instituciones y proteger la libertad. Nuestra historia es tozuda. Conocemos las derivadas del debilitamiento democrático: odios cruzados, minorías perseguidas y violencia. Pero es difícil percibir en esta campaña electoral la tensión por lo que de verdad está en juego.

No hay sistema democrático que resista si no mantiene vivo el contrato de confianza ciudadano. Según el Eurobarómetro, el 60% de los europeos desconfían de la UE. Podríamos caer en la tentación de culpar a la crisis exclusivamente y confiar en el despegue económico para curar las heridas. Temo que perderíamos nuestro precioso tiempo. El rechazo a la UE no es exclusivo de los países más castigados por la crisis, sino que extiende sus manchas a norte, sur, este y oeste, en países dentro y fuera del euro. Con este viento a favor, no sorprende que los partidos antieuropeos lo estén sabiendo aprovechar.

En Francia, los Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido son favoritos para ganar las europeas partidos populistas. Marine Le Pen quiere recuperar los controles en las fronteras de Europa, salir del euro y garantizar que los trabajos en Francia sean para sus compatriotas. Geert Wilders, del Partido por la Libertad, aviva el odio hacia las minorías musulmanas. El Partido Popular Danés  hace una campaña antiinmigración y quiere «garantizar la libertad de los daneses». El británico Nigel Farage, líder de UKIP, quiere salir de la UE y proteger a los británicos del resto de comunitarios en su país, aunque contrata a su mujer,  alemana, como secretaria. En muchos otros países (Austria, Italia, Hungría…) cosecharán resultados importantes.

SE ESTIMA que el conglomerado antieuropeo puede hacerse con 200 diputados de los 751 que compondrán la Eurocámara. Podríamos complacernos también en señalar su pluralidad, falta de unidad y debilidad como potencial grupo. Pero estaríamos olvidando que no necesitan ganar en toda Europa para impregnar la agenda política con sus mensajes. Ya lo han logrado: la libre circulación ya está en discusión.

Durante los días más tensos de la crisis del euro se forzó la dimisión de los primeros ministros de Italia y Grecia para ser sustituidos por tecnócratas. El dúo Merkozy olvidó que los líderes en Europa no se eligen como los papas en Roma. La democracia es sobre todo un procedimiento, aunque a veces no convenga.

Quienes han impuesto esta austeridad con esta crudeza han olvidado también que la democracia es más fértil allí donde hay más igualdad y menos pobreza. Y más cultura y educación. Los rescates librados por la troika han tenido altísimos costes sociales, han deteriorado los servicios públicos y han llenado de perplejidad a unos ciudadanos que se sienten incapaces de controlar las decisiones más importantes que afectan a su día a día.

El Parlamento Europeo no ha sido parte del problema del deterioro democrático, pero tampoco su solución. Sencillamente, no ha estado en las grandes decisiones que han hecho a esta UE impopular. Lo ha dicho de forma soberbia Herman Van Rompuy:  «Para los ciudadanos es clara la diferencia entre el Parlamento y quienes toman las verdaderas decisiones». Revelador de nuestra crisis democrática.

El Parlamento Europeo no ha dejado de acumular poder desde hace décadas. Pero la crisis del euro ha puesto de relieve un Parlamento débil, acostumbrado a opinar mucho e influir poco en las decisiones clave de Europa ante la crisis. Ahora necesita convencer a los ciudadanos de que va a ser capaz de alzar la voz y constituirse en el núcleo legitimador de la democracia europea. Si no, podrán concluir, aturdidos por mensajes populistas, que su existencia no tiene sentido.

ACOSADOS por el abultado número de eurófobos que ocuparán la Eurocámara, los principales partidos correrán el riesgo de aliarse para hacerles frente y seguir con el actual estatus. Reforzar el eje izquierda-derecha, con diferencias programáticas claras, es el mejor camino para recomponer la democracia europea.

En el 2004, época de euforia a este lado del Atlántico, el intelectual George Steiner concluía su visión de La idea de Europa señalando su tendencia autodestructiva. Es como si Europa intercalase la luz y la sombra, el progreso y el despotismo, con una obstinada cadencia histórica. Tras dos guerras mundiales comenzó un sueño, pero se quebró de nuevo en las guerras de Yugoslavia. Ahora, en el centenario de la primera guerra mundial, Ucrania, a las puertas de Europa, nos enseña de nuevo la facilidad con la que prenden el odio y la violencia. Nuestro mejor antídoto sigue siendo la democracia. Por eso nos jugamos mucho el 25-M.